«y es que es tal la concentración de cosas dichas contenidas en estos textos que no se sabe si la intensidad que los atraviesa se debe más al carácter centelleante de las palabras o a la violencia de los hechos que bullen en ellos. Vidas singulares convertidas, por oscuros azares, en extraños poemas; tal es lo que he pretendido reunir en este herbolario.»
Michel Foucault. La vida de los hombres infames.
Me parece que no hay una consciencia clara de lo que es un cholo, me parece que solamente se tienen pequeñas intuiciones caricaturizadas del cholo; aunque hay que aclarar que el problema no se soluciona al encerrar las multiplicidades choleras en un solo concepto, es importante mirar con detenimiento qué y cómo dice la gente acerca los cholos. Al ser figuras que circulan por las calles y dado su carácter hermético, los cholos se vuelven una gran incógnita, es decir, son desconocidos, no se sabe qué hacen, no se sabe cómo son, no se sabe de qué se trata su estar en el mundo. Pero ese misterio andante no es lo único que hay que considerar: es de suma importancia revisar la forma en que los cholos son mirados, es decir, la forma en que la sociedad genera escenarios y situaciones que intentan describir la forma de ser de algunos sujetos; incluso, me parece que estos discursos no sólo generan una descripción de un conjunto de sujetos, sino que lo vuelven un discurso establecido, aceptado, casi intocable. El relato lingüistico configurado por la comunidad en la cual se desenvuelven los cholos, no mira detenidamente al cholo para poder hacer un análisis prístino de su ser sujetos en el mundo, de hecho, la comunidad que realiza el relato en donde se enmarca al cholo, no suele mirar con atención y precaución, por lo cual
La conciencia moderna tiende a otorgar a la distinción entre lo normal y lo patológico el poder de delimitar lo irregular, lo desviado, lo poco razonable, lo ilícito y también lo criminal. Todo lo que se considera extraño recibe, en virtud de esta conciencia, el estatuto de la exclusión cuando se trata de juzgar y de la inclusión cuando se trata de explicar. El conjunto de las dicotomías fundamentales que, en nuestra cultura, distribuyen a ambos lados del límite las conformidades y las desviaciones, encuentra así una justificación y la apariencia de un fundamento.[1].
Así, al mirar superficialmente al cholo, éste se muestra como una figura atemorizante: los cholos tienen indumentarias que los hacen ver agresivos, su actuar no es amable, su secrecía los convierte en signos de interrogación que andan por el mundo. Ante ese panorama, no es difícil empezar a construir historias en torno a ellos, no es difícil dejar volar la imaginación y construir grandes relatos sobre lo que es un cholo. Esos relatos van a pasar por construcciones mermadas por el miedo, es decir, del cholo se sabe poco, pero se dice mucho: se dice que usan ropa de tallas grandes, se dice que son pelones, se dice que son tatuados, se dice que son delincuentes, malandrines, asesinos; no obstante, algunas de esas sentencias tiene razón, pero otras no. Es un hecho que son algo, pero no son precisamente lo que la gente cuenta, lo que la gente estructura en reportes lingüísticos acerca de fenómenos concretos. En realidad no es pertinente saber con toda certeza lo que son (además, es muy difícil brindar una definición del cholo pues dada la multiplicidad de contextos y la multiplicidad de modos de ser cholo, sólo se pueden dar caracterizaciones someras, descripciones), pero es importante saber qué no son.
Hay que dejar en claro que los cholos no son la caricatura hecha por la sociedad, de hecho, son una son una realidad muy incómoda porque suele confundirse su agresividad con su violencia. Es muy común dicha confusión: la agresividad no precisamente es violencia, de hecho, sería un grave error omitir que la violencia que ha sido ejercida por los hombres sobre el mundo (o sobre otros hombres) no siempre ha sido antecedida o acompañada de un comportamiento agresivo[2]. Por ello, la monstruosidad que se le ha adjudicado a los cholos no es otra cosa que una sencilla pero poderosa confusión: al verlos construidos como entidades visualmente agresivas, se les atribuye inmediatamente la característica violenta (aclaro: no es que no haya cholos violentos, pero no creo que todo sujeto agresivo sea -por antonomasia- un sujeto violento): “Este proceso que lleva a los jóvenes a desarrollar una imagen de tipos duros, con sus tatuajes, historias de guerra y violencia, hace que los mismos sean percibidos como una amenaza por la sociedad, la cual, busca distanciarse de ellos”[3]. Ahí donde el estigma lleva la rienda de las relaciones sociales, es donde los cholos son monstruificados, caricaturizados, segregados y con sumo cuidado, exterminados. Aunque ese exterminio no se trata de borrarlos de la faz de la tierra, se centra en tenerlos contenidos en espacios específicos donde pueden ser controlados, detectados y re-educados para su reinserción social (considero que esa estrategia es la misma que se utiliza en las cárceles, como si el pandillero fuera un criminal sólo por ser pandillero: de nuevo, craso error). Entonces, al cholo se le controla a través de la estigmatización: se le vuelve un sujeto detectable y tratable, pero cuando se trata de el cholo como una realidad incómoda (ya sea como parte de un fenómeno de migración o como un fenómeno económico), se le extermina. Pero este exterminio no es precisamente la aniquilación corporal que tanto se piensa hoy en día, se trata, en sentido estricto, de un proceso de infamia, es decir, de generar fama negativa, de la afrentar al otro a través del qué dirán. Esto me indica que la opinión pública es la que entra en escena a generar un castigo, es decir, las palabras de aquellos que juzgan socialmente, hacen mella en los oídos de las multitudes para poder marcar a un conjunto de sujetos. Aquí es donde el tener una fama negativa se convierte en un castigo ejemplar: la sociedad responde ante esa fama negativa, responde ante la supuesta (o real) nocividad del sujeto (o sujetos) que son merecedores de esa mala fama. En ese preciso momento es cuando deja de ser necesario un castigo a través de las acciones legales, o un castigo a través de la corporalidad violentada: los sujetos infames son castigados a través de su infamia, son segregados, alejados, marcados y poco a poco son o bien soterrados, o bien curados socialmente (es decir, la infamia desaparece y vuelven a ser sujetos estandarizados)[4].
[1] Foucault, Michel, La vida de los hombres infames, p. 13.
[2] Cf. Gómez Choreño, Rafael Ángel, Estigmatización y exterminio. Apuntes para una genealogía de la violencia, p. 65
[3] Cano, Francisca, La <<vida loca>>. Pandillas juveniles en El Salvador., p. 20
[4] Cf Foucault, Michel, op. cit., p. 42.