El reto del duelo por falso honor es sólo para los traidores. No retes al que no sabe controlar el fuego, porque de lo contrario tu propio fuego te quemará. Tu propio fuego no debe matarte.
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El fuego que es ira, mata. El fuego que no es fruto de la ira lo puedes encontrar en el valor de refundar tu estirpe, en el valor del aprendiz, pero sobre todo, en el valor que hay tras el mejoramiento de uno mismo.
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El fuego del aprendiz es imparable. No sólo serás maestro un día, sino que nunca dejarás de ser aprendiz. Ese fuego de juventud que nunca se extingue, es el fuego que estás buscando.
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El fuego es un orgullo, nunca hay que ocultarlo. El fuego es potencia, vigor, sagacidad. No confíes en los que te dicen que es mejor esconder el fuego, que es mejor pertenecer a la estirpe de los tranquilos.
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Controlar el fuego no es tarea sencilla. Rodéate de un gran equipo que te ayude a crecer: dragones que te enseñen a escupir fuego hasta el último aliento, guerreros que estén dispuestos a cubrir tu espalda y una voluntad tan grande que te permita amarlos.
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El fuego siempre ha estado en tí pero el miedo hace que no puedas sentirlo. Convierte el miedo en potencia, convierte el miedo en un rayo que pase por tu corazón y salga disparado hacia el cielo.
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El fuego es lealtad. Lealtad contigo, lealtad con los otros. El fuego que traiciona es el fuego que rompe vidas, que rompe serenidad, que rompe familia. El fuego no es un lujo que hay que presumir, es un honor que hay que conducir para construir. El fuego vano es el mismo fuego que devora la carne de los que amas.
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El fuego es memoria. A veces recuerda el cálido abrazo de la fogata a media noche, otras veces recuerda el dolor del rostro en llamas. Por si mismo no es malo, ni agresivo, ni letal; es tu decisión. Tú decides si incinerar al enemigo o proveer luz al que le hace falta.
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Hace falta serenidad para lograr que tu fuego no te traicione. Cuando la serenidad no empata con tu fuego, no decaigas ante la tentación de quemarte. Recuerda que como aprendiz, siempre tendrás a tus dragones para que ellos conduzcan tu confusión.
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Si tu fuego no es leal, algunos días podrá abatirte, algunos otros te mandará al suelo. Te asustarás al sentir que la vida se extingue a través de tu fuego. Deja que el dolor entre, repose y salga tranquilamente, de lo contrario volverás a sentir ganas de quemarlo todo. No confundas tus días queriendo quemar lo que está después de tu nariz
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Hay fuegos que te deslumbrarán. Creerás que son los más bellos, los más cálidos, los más brillantes. ¿Qué es de aquel fuego que sirve para impresionar a otros? Se extingue quedando en ridículo. Mira el fuego de los otros, pero nunca cierres los ojos ante su espectacularidad.
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¿Qué sería de ti si no alcanzas a ver en plenitud la flama que surge de tu dedo? Los idiotas miran el dedo, los estúpidos miran la flama, ¡Es el poder crear! ¡Es el poder confiar en ti! ¡Es el deseo de transformar! ¡Es la demostración de la fuerza que corre vertiginosamente por tus venas!
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Algunos vendrán a decirte que este fuego te ha vuelto esclavo: esclavo de unos, esclavo de otros, de situaciones, de recuerdos, e incluso, de ti mismo. Esas palabras débiles, estandartes de la gran tartufería en la que has visto crecer a tu fuego, deben ser quemadas con las flamas más puras que puedas lanzar. Ríete de esas cenizas, ríete al afirmar que con orgullo y la cabeza en alto volverías a andar el mismo camino.
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Siempre hay un día que recordarás por ser el más triste que hayas vivido. En ese día faltó que encendieras una hoguera. Hizo falta que saborearas la intensidad y la maravilla de la vida. No hay dos días iguales, no hay dos días más tristes. No los hay, si hay voluntad de vivir, voluntad de intensidad.