Diario de guerra II – Viento

Antes de que el fuego sea guerra, debe existir un aliento, una potencia que dé a luz al vigor. El fuego que es rabia no nace de la vitalidad, nace del dolor y la melancolía. Si el fuego que sale de ti es lealtad, entonces ese aliento es deseo de vivir, es un par de pies bien fijos sobre la tierra

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El viento siempre es potencia creadora, siempre se encuentra antes: antes de la lluvia, antes del fuego, antes del sollozo, antes de la palabra. Ese viento que crea debe estar más vivo que el fuego, de lo contrario no serás capaz de atizar la hoguera antes de que ésta se apague.

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El fuego se aprende de los dragones. ¿Y el viento? Ese se aprende del rugido de tu ejército, de su voz exclamando guerra. Tienes que ser aprendiz de tu propio ejército, tienes que escucharlos detenidamente. El aprendiz que se deja llevar y escucha es el aprendiz que un día se convierte en guerrero. El aprendiz que por soberbia se distrae es el que fracasa.

Tu camino se acerca al fracaso.

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Ahora sólo veo una pequeña ráfaga moviéndose por todos lados. Un pequeño soplo que grita que es ventisca mientras yo miro que se convertirá en un huracán. Haz temblar a Bóreas con tu más suave respiración, amamanta a los tuyos con tu más fuerte resuello.

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El frío viento que cala en tus huesos te avisa que es momento de abrigarse. No cometas el error de combatir el viento con fuego o tendrás una explosión enorme entre las manos. No combatas al viento, mejor sé parte de él.

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El viento es tranquilidad: mece las hojas, acaricia las largas cabelleras, teje amores en medio de la batalla. El viento es tranquilidad, el viento es serenidad. Descúbrelo por ti mismo. ¿Dónde está tu serenidad? Deja que tu viento te lo cuente.

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El viento no es un arma, es un escudo. La potencia no es un arma, es un combustible, es un fulgor que alimenta tus puños. Lo ves venir con claridad: la guerra se aproxima. Hay que alistar las ventiscas, hay que atizar las pequeñas flamas.

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Nunca se trató de pensar sólo en tu fuego. Se trató de que entendieras cómo es posible que con tu aliento logres atizar el fuego de otros. Tu fuego ahora conoce de belleza y fuerza ¿y el de los que están cerca?

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Cada uno escucha a su viento: algunos oyen tornados, otros huracanes, otros pequeños soplidos. No les digas a otros que escuchen tu viento, enséñales a escuchar sus propios murmullos, demuéstrales que eso que suena en sus oídos no es la imaginación desatada. Enséñales que hay tanta verdad en lo que creen pura ensoñación.

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El viento que se escuchó cabalmente es como un camaleón: te ayuda a camuflar. Por eso es un escudo y no un arma. Cambia tus colores en el lugar en donde te encuentres, cambia tus colores para ser transparente. Pero aprende a no hacerlo para ocultarte y que nadie pueda descubrirte; hazlo para que logres maravillarte con tu adaptación, hazlo como un ejemplo de que los límites no existen para la potencia.

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El oído que no le prestas al viento es el que queda ensordecido por la cerrazón del alma. Es más fácil hacer oídos sordos y fingir disgusto. Es muy complicado escuchar el susurro del viento y poner en práctica lo que él te cuenta.

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El viento es un recuerdo que resopla en tus oídos. es la canción de cuna que te arrullaba por las noches, es el regaño que te desgarraba el corazón. El viento es volver a vivir aquello que dejó huella en tí. El viento trae a esos suaves recuerdos convertidos en potentes ensoñaciones.

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El viento trae un mensaje: necesitas calma. Calma del camino vertiginoso que recorres diario. Subir a la montaña a escuchar el sonido del viento es una caricia, no es cobardía. Allá arriba se escucha tan hermoso, tan prístino. Allá es donde podrás escuchar tu viento.

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