Diario de guerra III – Exilio

Alguna vez te encontrarás en un exilio auto impuesto. Ese día parecerá que el fuego se extingue, que el aliento se acaba. Pero es un espejismo: un espejismo producto de tu dolor. No le temas, es un valioso aliado que te hará renacer de las cenizas. Pregúntate: ¿qué fuego me quemó? ¿Por qué le permito a mi fuego ser partícipe del fuego de otros para quemarme?

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En medio de la soledad entenderás que era prescindible repetir lo que se te dijo. Entenderás que lo valioso estaba en la fuerza que le darías a esas palabras. El valor se encuentra en lo que transmitirás, en lo que la soledad te permite ver de lo entendido. No eran mis palabras, era tu aliento llegando a otros oídos.

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Recordar es caminar de nuevo los mismos caminos. Ello significa que tus piernas son fuertes, que tus pies son poderosos y han dejado huella en múltiples lugares. ¿Por qué pesan tus pies? ¿Por qué tus piernas son débiles en este instante? Es eso: el instante… ¡Oh! ¡Tus pies son incendios! ¡Tus piernas son huracanes! ¡¿Acaso lo estás olvidando?!

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Solo. Así estuvieron tus dragones antes de conocerse. Tuviste la fortuna de encontrarlos reunidos. No pienses en convertirte en un dragón, esa es labor de viejos y anticuados. La soledad te convertirá en uno de ellos, pero hasta que ese día no llegue, serás un guerrero, un valeroso campeón. Pero ahora solo. Solo.

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¡Oh la paz! Hermosa paz que huele a prados floridos. Hermosa paz que llega con el exilio en la montaña. Pero cuidado: no subas sin estar seguro de que hay algo por lo cual bajar y seguir el camino. Si subes te enfrentarás a los demonios más terribles que conozcas. Si subes para enfrentarlos sin más, mejor aprende a beber cerveza con ellos.

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Te fuiste para aclarar la mente. La noche no podrá aclararte, la penumbra no te dejará ver más allá de las ensoñaciones y fantasmagorías. Espera con serenidad, que el torbellino de confusión se disipará en cuanto abras los ojos.

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¡Qué recuerdos aquellos de la juventud! ¡Qué obstinación! ¡Qué testarudez! La miro en pasado, la miras en presente. Para mí es un bello tesoro que me recuerda la vitalidad. Para ti es un bello peligro que te recuerda el dolor. En medio de los dos se encuentra la soledad.

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Este exilio debe hacerte recordar con alegría lo que en algún momento fue un problema. Mira qué delicia es recordar las debilidades. Pero si no contemplas las fortalezas que has ganado, no tiene sentido haberse tomado un minuto para observar. ¡Que descansen los muertos! ¡En el exilio nunca debes descansar!

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Yo subí a la montaña creyendo que me liberaba de todos. Tremendo error. Subí pensando que acá estaría en paz conmigo. No lo logré. Me alejé de la vida para alejarme de los torbellinos. Una noche miré en el espejo de agua las cosas más terribles, las muestras de que mi alejamiento estaba equivocado. Cuando te alejes no lo hagas para evadir, aléjate para estar más cerca.

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En el exilio la muerte te susurrará maravillas al oído. Algunos ingenuos le han hecho caso tal y como ella quiere que lo hagan. Esos sucumbieron a sus demonios. Escucha a la muerte, pregúntale todo lo que tengas que preguntar. Bésala en la mejilla y prepárate a poner en práctica sus enseñanzas, porque la guerra se avecina.

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Una luz quema los ojos. Una luz se aproxima y aleja a la muerte. Tierna compañía que se va, dejando paso a la inmunda compañía de los ojos enrojecidos. No le temas, es el anuncio de la vida, es el momento en donde tiene que iniciar la peregrinación de regreso a casa.

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Si has subido a la montaña para perderte del resto de los hombres, nadie va a juzgar tus decisiones. Si decides quedarte allí, te recordarán como una roca más en el monte: apacible, estático, eterno. Pero si decides bajar, tendrás que afilar tu espada y prepararte para la guerra; porque una vez abajo, las cosas serán muy diferentes.

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Ya ha amanecido. El miedo está a un paso, el dolor a dos. Hacia el frente sólo hay incertidumbre. ¡Qué falsa comodidad! ¡Qué engaño tan sutil! Atrás y adelante es difícil, doloroso. Pero con el alba llegó el ímpetu que perdiste hace unas noches. ¡YA AMANECIÓ!

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