Sobre el carnalismo
He dejado legado: mis hijos, mis herederos.
Tengo carnales bien firmes que sé que verán por ellos.
—El Mexica—
Allá donde las pandillas hacen y deshacen a voluntad, constantemente se habla de una propiedad que relaciona a los sujetos. En esos lugares donde los lazos sociales parecen diluidos por la constante euforia del individuo relacionado con su demencia citadina, se habla de un lazo que rompe lo efímero: el carnalismo.
A simple vista, el carnalismo no es otra cosa que un simple lazo de hermandad. Para ser preciso, el carnalismo no es esa hermandad que está emparentada a través de una familia, no es esa hermandad que se basa en la sangre. El carnalismo es un lazo fraternal que va más allá de la mera conexión sanguínea: es un lazo entre cabrones, es un lazo entre vatos que se consideran firmes, es una conexión emocional con aquel que es leal.
El carnalismo puede mirarse de diferentes formas: como amistad, como cofradía, como respeto a la figura del otro, pero me parece pertinente mirarlo como un conjunto de acciones enfocadas a darlo todo por un carnal, por un otro que es como yo. Prefiero mirarlo de esa amplia manera, pues con ello puedo permitirme explorar diferentes aristas (por ejemplo: el carnal, el lazo fraternal, la resistencia, entre otras). Me parece incorrecto mirarlo como simple y llana amistad, pues tiene connotaciones más fuertes.
Una de esas connotaciones es el carnal. La idea de carnal, es la del sujeto inmerso en una relación fraternal que está dispuesto a hacer cualquier sacrificio necesario por un amigo. El carnal es ese sujeto ante el cual, la voluntad deja de ser individual y se colectiviza. El carnal es el objeto del ideal de hermandad y fraternidad que el carnalismo está encarnando. El carnal es el sujeto que ha dispuesto todo para ejercerse en libertad –a través de la fraternidad- con otro. No es preciso hace caso omiso al sentido de familia que el concepto carga: lo carnal es lo que comparte la sangre, es la carne de su carne. El carnal que no comparte lazo sanguíneo, comparte lazos fraternales apoyados en las vivencias conjuntas, en la confianza, en los buenos y malos momentos que se vivieron juntos. La idea de familia que permea al carnalismo se basa en la idea de familia nuclear, pero mantiene cierta distancia: aquí no hay una jefita que proteja, acá no hay un jefito que intente regresarnos al redil. En la pandilla sólo hay carnales que nos apoyan, que nos dan la mano, que nos brindan su humanidad a costa de cualquier cosa. La pandilla se vuelve análoga a la familia nuclear, pero las figuras paternales quedan soterradas: la figura del hermano es la que se inserta en la relación social para delimitar el tipo de relación: entre iguales. El hermano juega un papel central: el hermano educa, el hermano protege, el hermano comparte el juego, el hermano llora la pena, el hermano abraza. El carnal hace todo eso, sin importar las condiciones en las que esos sucesos se den, sin importar que la sangre no sea la misma.
Entonces, el carnalismo se vuelve el punto neurálgico de la estructura pandillera. Se vuelve el ejercicio vivencial que entrena para evitar las contingencias que surgen en el ambiente pandillero. El carnalismo se vuelve práctica y no discurso, es decir: el carnalismo se vive, no se platica. El carnalismo se encarna, se siente en la piel, sólo se demuestra en la práctica.
Esa práctica pretende ejercitar los lazos fraternos como medida de resistencia ante un entorno anclado en la individualidad. La clave es fortalecer las redes de confianza para poder resistir los embates de la sociedad que ha marcado la individualidad como canon. Los pandilleros, insertos en un mundo donde primero soy yo y después soy yo, resumen su estructura social en la rivalidad y la fraternidad. La rivalidad es la ausencia de carnalismo repleta de afrenta, la fraternidad (encabezada por el carnalismo), es la parte más poderosa de su acontecer, es la resistencia ante el precepto pandillero individualista: matar o morir. El carnalismo mira de frente a estos preceptos y constantemente recuerda: o vivimos, o matamos, o vivimos o morimos.
Por el carnal se ofrece todo, por el carnal no se escatima, por el carnal se puede dar lo que no se tiene. Por el carnal se da la vida. Por el carnal se arriesga cualquier vida. Cuando el otro (el carnal) está en riesgo, ese riesgo se toma como propio. Las afrentas, los dolores, las desavenencias, se vuelven una propiedad íntima. Dejan de ser un mal exclusivo del carnal afectado, y se transforman en un patrimonio del afectado y de sus carnales. El carnal se apropia de los males de su carnal para poder solucionarlos, para construir soluciones en conjunto, es un intento de solucionar con y por otros.
El lazo de confianza que instaura el carnalismo, fortalece las estructuras sociales pandilleras: el carnal es firme para sus carnales, el carnal lo da todo por sus carnales, el carnal está dispuesto a morir por sus carnales, y confía en que sus carnales están dispuestos a morir por él. De allí que el carnalismo sea una relación obligadamente recíproca. Si no es reciproca, el carnalismo es cantado, no vivido.
El carnalismo no se canta, no se promete. Prometerlo es convertirlo en palabras vacías, en enunciados que intentan garantizar esperanza en el futuro a través de la comodidad de tener (o ser) un carnal. El carnalismo es el ejercicio constante de ser carnal, es el llevar a cabo el lazo fraternal aquí y ahora. Así, parece que la apuesta es doble: el carnalismo se promete si y sólo sí se lleva a cabo; cuando sólo es prometido, el carnalismo es mera guaguara. La enunciación no convierte al carnalismo en un hecho, por eso es necesario que se consume para poder sentir los efectos del ejercicio fraternal. El carnalismo es acción; es acción que transforma el entorno para evitar la asfixia de la individualidad. El carnalismo, -como augura el epígrafe de este texto- es la esperanza y fe en el sujeto que ha conducido su actuar para el bienestar de otros, a pesar de que el propio bienestar se vea afectado.