Diario de guerra IV – Guerra

 

Es tu momento. No se trata de las guirnaldas, de los trofeos. Se trata de no dejar caer a nadie, de no dejar a nadie atrás. Ya habrá tiempo para preguntar, para pensar, para discernir. Ahora es cuando levantas la cabeza e incendias al que te afrenta. Ahora es cuando escupes fuego como un dragón.

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No ha nacido aquel que pueda destruirte. Sólo los cobardes son destruidos. Sé un señor de voluntades y recuerda que tú eres el que destruye, que tú eres el que protege. El miedo frente al enemigo es saberte inferior, es dudar de todo lo que has construido. El que duda, merece ser lanzado a la pira.

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Mis guerras no fueron fáciles; aún conservo las cicatrices. Estoy orgulloso de esas marcas que quedaron tatuadas en mi piel como señal inequívoca de mis aciertos y mis fracasos. En ellas puedo medir los efectos de mis violencias, las afectividades de mis agresiones. No corras a buscar cicatrices después de escuchar mis palabras; sé paciente, que ellas inevitablemente llegarán para recordarte quién eres y qué caminos elegiste.

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A veces podrás luchar en solitario contra grandes ejércitos: estás listo. Si te traiciona la vanidad de tu fuego, nos encontraremos antes de lo estimado en donde los dragones descansan para siempre. Aprende a decidir antes de llorar tu muerte.

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Encuentra justicia en tus acciones: ni por exceso, ni por defecto. Tendrás tras de ti a muchos que estén dispuestos a dar sus vidas. Justicia es iniciar la afrenta sabiendo que no se perderá ninguna vida y haciendo lo posible por cumplir con tu palabra. Los que llegaron, deben irse… juntos.

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Podrás ataviarte para la guerra: impresionante, atemorizante, enorme. En realidad sólo necesitas tu espada, tu escudo, tus puños y tu fuego. Lo demás es charlatanería, es cobardía, es querer amedrentar sin saber pelear. No hay caballo ni armadura que pueda detener a un huracán de fuego. Sin miedo, sin límites, sin igual.

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Elige bien a tu consejero de guerra. Su fuego será tu fuego, tu aliento será su aliento. Lo has conocido en la soledad: es tu espejo, es un reflejo que te mira a los ojos y te transmite paz. Cuando miras sus ojos en la batalla, tendrás que mirar un incendio; cuando escuches sus palabras, ensordecerás por un poder que no has sentido nunca. Olvida la lucha solitaria y encuentra ese otro que es tu yo del espejo

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Vivir la guerra suena a honores, a gloria, a reconocimiento. No entrarás en hombros en medio de un desfile. Recuerda que vives en las ciudades del sinsentido. Allí, vivir la guerra es miseria, es asco, es temblor. Prefiere terminar tus días como un guerrero sin espada a vivir minutos como un heraldo de la victoria.

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Aclara tu voz… aclara tu mente… entona el himno de batalla. Entona el himno que ha sonado en nuestras tribus desde que empezamos a peregrinar. Enciende las antorchas, prepara las armas. Recuerda que tu voz debe ser clara y justa. Recuerda que tu mano debe ser firme y decidida. Aclara tu voz… entona ese himno de batalla.

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Mira sus ojos en llamas. Mira sus cuerpos arder. Tu fuego es vigoroso, agresivo, dominante. En el camino tendrás que entender que la mesura no es cobardía, es lealtad, es honor, es justicia. Mira como se incendian sus castillos, mira como se incendian sus carruajes. Ahora sabes que ganar la guerra no es arrasar con el enemigo, sino incendiar lo que lo vuelve débil.

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Ganar una batalla no significa nada. Nadie va a condecorarte, nadie va a poner guirnaldas en tus sienes. Ganar cien batallas no dice nada, nadie va a darte cien trofeos, nadie va a felicitarte. Nadie va a agradecerte. Luchabas por los tuyos, no por los demás. Los demás pueden ser un día de los tuyos, pero ahora es momento de voltear a ver a los que sí conoces, a los que vale la pena llorar.

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Es hora de curar a los heridos. La guerra siempre los trae consigo. Para eso aprendiste a curar, para eso viajaste por el mundo descubriendo bálsamos que quitan el escozor. Tu guerra, tus heridos. Tus hombres, tus heridos. Tus cuerpos, tus heridos.

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Un día pelearemos juntos, espalda con espalda. Ese día, nuestro camino se entrelaza, se hermana nuestro fuego: ya no más flamas de juguete, ya no más flamas de ensayo. Ese día combatiremos con todas nuestras fuerzas. Nada de miedo, nada de tristezas; si vamos a morir, ambos moriremos escupiendo fuego.

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Ganar o perder. Es una verdad que aceptaste hace mucho tiempo: en el exilio, en la soledad. Allí dejó de tener importancia el resultado; cobró realidad la importancia del combate. No el vano intento que deriva en fracaso, sino el rugido de guerra que golpea con esquirlas de fuego. Ese es el triunfo en batalla aunque ésta nunca haya empezado. O como dijera el viejo juglar: la última vez lo vi irse entre humo y metralla,  contento y desnudo; iba matando canallas con su cañón de futuro.

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Mi último aliento está cerca. Mi fuego ya no será tu fuego. Mi guerra ya no será tu guerra. Pero no hay por qué sentirse mal: eres un dragón, eres un tornado, eres voluntad, eres amor, eres una lucha constante que afirma querer, que afirma seguir, que afirma el sí antes de pronunciar un no. ¿Qué más se puede pedir en esta vida? Ah sí: volver a nacer y el mismo camino escoger.

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Mi último aliento por fin ha logrado entonar nuestro canto de batalla por última vez. Nuestra estirpe ruge, nuestra estirpe se lamenta. No más lágrimas, no más sollozos: me he ido para darle paso a tu esplendor. Ahora es tu turno de atizar el fuego de otros, de potenciar sus huracanes. Hoy tú te encargas de amamantar a los próximos animales de galaxias.

Diario de guerra III – Exilio

Alguna vez te encontrarás en un exilio auto impuesto. Ese día parecerá que el fuego se extingue, que el aliento se acaba. Pero es un espejismo: un espejismo producto de tu dolor. No le temas, es un valioso aliado que te hará renacer de las cenizas. Pregúntate: ¿qué fuego me quemó? ¿Por qué le permito a mi fuego ser partícipe del fuego de otros para quemarme?

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En medio de la soledad entenderás que era prescindible repetir lo que se te dijo. Entenderás que lo valioso estaba en la fuerza que le darías a esas palabras. El valor se encuentra en lo que transmitirás, en lo que la soledad te permite ver de lo entendido. No eran mis palabras, era tu aliento llegando a otros oídos.

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Recordar es caminar de nuevo los mismos caminos. Ello significa que tus piernas son fuertes, que tus pies son poderosos y han dejado huella en múltiples lugares. ¿Por qué pesan tus pies? ¿Por qué tus piernas son débiles en este instante? Es eso: el instante… ¡Oh! ¡Tus pies son incendios! ¡Tus piernas son huracanes! ¡¿Acaso lo estás olvidando?!

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Solo. Así estuvieron tus dragones antes de conocerse. Tuviste la fortuna de encontrarlos reunidos. No pienses en convertirte en un dragón, esa es labor de viejos y anticuados. La soledad te convertirá en uno de ellos, pero hasta que ese día no llegue, serás un guerrero, un valeroso campeón. Pero ahora solo. Solo.

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¡Oh la paz! Hermosa paz que huele a prados floridos. Hermosa paz que llega con el exilio en la montaña. Pero cuidado: no subas sin estar seguro de que hay algo por lo cual bajar y seguir el camino. Si subes te enfrentarás a los demonios más terribles que conozcas. Si subes para enfrentarlos sin más, mejor aprende a beber cerveza con ellos.

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Te fuiste para aclarar la mente. La noche no podrá aclararte, la penumbra no te dejará ver más allá de las ensoñaciones y fantasmagorías. Espera con serenidad, que el torbellino de confusión se disipará en cuanto abras los ojos.

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¡Qué recuerdos aquellos de la juventud! ¡Qué obstinación! ¡Qué testarudez! La miro en pasado, la miras en presente. Para mí es un bello tesoro que me recuerda la vitalidad. Para ti es un bello peligro que te recuerda el dolor. En medio de los dos se encuentra la soledad.

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Este exilio debe hacerte recordar con alegría lo que en algún momento fue un problema. Mira qué delicia es recordar las debilidades. Pero si no contemplas las fortalezas que has ganado, no tiene sentido haberse tomado un minuto para observar. ¡Que descansen los muertos! ¡En el exilio nunca debes descansar!

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Yo subí a la montaña creyendo que me liberaba de todos. Tremendo error. Subí pensando que acá estaría en paz conmigo. No lo logré. Me alejé de la vida para alejarme de los torbellinos. Una noche miré en el espejo de agua las cosas más terribles, las muestras de que mi alejamiento estaba equivocado. Cuando te alejes no lo hagas para evadir, aléjate para estar más cerca.

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En el exilio la muerte te susurrará maravillas al oído. Algunos ingenuos le han hecho caso tal y como ella quiere que lo hagan. Esos sucumbieron a sus demonios. Escucha a la muerte, pregúntale todo lo que tengas que preguntar. Bésala en la mejilla y prepárate a poner en práctica sus enseñanzas, porque la guerra se avecina.

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Una luz quema los ojos. Una luz se aproxima y aleja a la muerte. Tierna compañía que se va, dejando paso a la inmunda compañía de los ojos enrojecidos. No le temas, es el anuncio de la vida, es el momento en donde tiene que iniciar la peregrinación de regreso a casa.

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Si has subido a la montaña para perderte del resto de los hombres, nadie va a juzgar tus decisiones. Si decides quedarte allí, te recordarán como una roca más en el monte: apacible, estático, eterno. Pero si decides bajar, tendrás que afilar tu espada y prepararte para la guerra; porque una vez abajo, las cosas serán muy diferentes.

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Ya ha amanecido. El miedo está a un paso, el dolor a dos. Hacia el frente sólo hay incertidumbre. ¡Qué falsa comodidad! ¡Qué engaño tan sutil! Atrás y adelante es difícil, doloroso. Pero con el alba llegó el ímpetu que perdiste hace unas noches. ¡YA AMANECIÓ!

Diario de guerra II – Viento

Antes de que el fuego sea guerra, debe existir un aliento, una potencia que dé a luz al vigor. El fuego que es rabia no nace de la vitalidad, nace del dolor y la melancolía. Si el fuego que sale de ti es lealtad, entonces ese aliento es deseo de vivir, es un par de pies bien fijos sobre la tierra

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El viento siempre es potencia creadora, siempre se encuentra antes: antes de la lluvia, antes del fuego, antes del sollozo, antes de la palabra. Ese viento que crea debe estar más vivo que el fuego, de lo contrario no serás capaz de atizar la hoguera antes de que ésta se apague.

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El fuego se aprende de los dragones. ¿Y el viento? Ese se aprende del rugido de tu ejército, de su voz exclamando guerra. Tienes que ser aprendiz de tu propio ejército, tienes que escucharlos detenidamente. El aprendiz que se deja llevar y escucha es el aprendiz que un día se convierte en guerrero. El aprendiz que por soberbia se distrae es el que fracasa.

Tu camino se acerca al fracaso.

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Ahora sólo veo una pequeña ráfaga moviéndose por todos lados. Un pequeño soplo que grita que es ventisca mientras yo miro que se convertirá en un huracán. Haz temblar a Bóreas con tu más suave respiración, amamanta a los tuyos con tu más fuerte resuello.

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El frío viento que cala en tus huesos te avisa que es momento de abrigarse. No cometas el error de combatir el viento con fuego o tendrás una explosión enorme entre las manos. No combatas al viento, mejor sé parte de él.

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El viento es tranquilidad: mece las hojas, acaricia las largas cabelleras, teje amores en medio de la batalla. El viento es tranquilidad, el viento es serenidad. Descúbrelo por ti mismo. ¿Dónde está tu serenidad? Deja que tu viento te lo cuente.

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El viento no es un arma, es un escudo. La potencia no es un arma, es un combustible, es un fulgor que alimenta tus puños. Lo ves venir con claridad: la guerra se aproxima. Hay que alistar las ventiscas, hay que atizar las pequeñas flamas.

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Nunca se trató de pensar sólo en tu fuego. Se trató de que entendieras cómo es posible que con tu aliento logres atizar el fuego de otros. Tu fuego ahora conoce de belleza y fuerza ¿y el de los que están cerca?

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Cada uno escucha a su viento: algunos oyen tornados, otros huracanes, otros pequeños soplidos. No les digas a otros que escuchen tu viento, enséñales a escuchar sus propios murmullos, demuéstrales que eso que suena en sus oídos no es la imaginación desatada. Enséñales que hay tanta verdad en lo que creen pura ensoñación.

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El viento que se escuchó cabalmente es como un camaleón: te ayuda a camuflar. Por eso es un escudo y no un arma. Cambia tus colores en el lugar en donde te encuentres, cambia tus colores para ser transparente. Pero aprende a no hacerlo para ocultarte y que nadie pueda descubrirte; hazlo para que logres maravillarte con tu adaptación, hazlo como un ejemplo de que los límites no existen para la potencia.

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El oído que no le prestas al viento es el que queda ensordecido por la cerrazón del alma. Es más fácil hacer oídos sordos y fingir disgusto. Es muy complicado escuchar el susurro del viento y poner en práctica lo que él te cuenta.

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El viento es un recuerdo que resopla en tus oídos. es la canción de cuna que te arrullaba por las noches, es el regaño que te desgarraba el corazón. El viento es volver a vivir aquello que dejó huella en tí. El viento trae a esos suaves recuerdos convertidos en potentes ensoñaciones.

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El viento trae un mensaje: necesitas calma. Calma del camino vertiginoso que recorres diario. Subir a la montaña a escuchar el sonido del viento es una caricia, no es cobardía. Allá arriba se escucha tan hermoso, tan prístino. Allá es donde podrás escuchar tu viento.

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Diario de guerra I – Fuego

El reto del duelo por falso honor es sólo para los traidores. No retes al que no sabe controlar el fuego, porque de lo contrario tu propio fuego te quemará. Tu propio fuego no debe matarte.

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El fuego que es ira, mata. El fuego que no es fruto de la ira lo puedes encontrar en el valor de refundar tu estirpe, en el valor del aprendiz, pero sobre todo, en el valor que hay tras el mejoramiento de uno mismo.

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El fuego del aprendiz es imparable. No sólo serás maestro un día, sino que nunca dejarás de ser aprendiz. Ese fuego de juventud que nunca se extingue, es el fuego que estás buscando.

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El fuego es un orgullo, nunca hay que ocultarlo. El fuego es potencia, vigor, sagacidad. No confíes en los que te dicen que es mejor esconder el fuego, que es mejor pertenecer a la estirpe de los tranquilos.

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Controlar el fuego no es tarea sencilla. Rodéate de un gran equipo que te ayude a crecer: dragones que te enseñen a escupir fuego hasta el último aliento, guerreros que estén dispuestos a cubrir tu espalda y una voluntad tan grande que te permita amarlos.

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El fuego siempre ha estado en tí pero el miedo hace que no puedas sentirlo. Convierte el miedo en potencia, convierte el miedo en un rayo que pase por tu corazón y salga disparado hacia el cielo.

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El fuego es lealtad. Lealtad contigo, lealtad con los otros. El fuego que traiciona es el fuego que rompe vidas, que rompe serenidad, que rompe familia. El fuego no es un lujo que hay que presumir, es un honor que hay que conducir para construir. El fuego vano es el mismo fuego que devora la carne de los que amas.

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El fuego es memoria. A veces recuerda el cálido abrazo de la fogata a media noche, otras veces recuerda el dolor del rostro en llamas. Por si mismo no es malo, ni agresivo, ni letal; es tu decisión. Tú decides si incinerar al enemigo o proveer luz al que le hace falta.

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Hace falta serenidad para lograr que tu fuego no te traicione. Cuando la serenidad no empata con tu fuego, no decaigas ante la tentación de quemarte. Recuerda que como aprendiz, siempre tendrás a tus dragones para que ellos conduzcan tu confusión.

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Si tu fuego no es leal, algunos días podrá abatirte, algunos otros te mandará al suelo. Te asustarás al sentir que la vida se extingue a través de tu fuego. Deja que el dolor entre, repose y salga tranquilamente, de lo contrario volverás a sentir ganas de quemarlo todo. No confundas tus días queriendo quemar lo que está después de tu nariz

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Hay fuegos que te deslumbrarán. Creerás que son los más bellos, los más cálidos, los más brillantes. ¿Qué es de aquel fuego que sirve para impresionar a otros? Se extingue quedando en ridículo. Mira el fuego de los otros, pero nunca cierres los ojos ante su espectacularidad.

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¿Qué sería de ti si no alcanzas a ver en plenitud la flama que surge de tu dedo? Los idiotas miran el dedo,  los estúpidos miran la flama, ¡Es el poder crear! ¡Es el poder confiar en ti! ¡Es el deseo de transformar! ¡Es la demostración de la fuerza que corre vertiginosamente por tus venas!

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Algunos vendrán a decirte que este fuego te ha vuelto esclavo: esclavo de unos, esclavo de otros, de situaciones, de recuerdos, e incluso, de ti mismo. Esas palabras débiles, estandartes de la gran tartufería en la que has visto crecer a tu fuego,  deben ser quemadas con las flamas más puras que puedas lanzar. Ríete de esas cenizas, ríete al afirmar que con orgullo y la cabeza en alto volverías a andar el mismo camino.

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Siempre hay un día que recordarás por ser el más triste que hayas vivido. En ese día faltó que encendieras una hoguera. Hizo falta que saborearas la intensidad y la maravilla de la vida. No hay dos días iguales, no hay dos días más tristes. No los hay, si hay voluntad de vivir, voluntad de intensidad.