Vivo enfermo de ti,
vivo contando las horas para abrazar a la Muerte;
vivo con el alma negra, turbia. Doliente
Tú embrujaste el espíritu de un viajero,
Posaste tus ojos en los suyos
lo condenaste a ser errante
entre tumbas de nostalgia y sombras de silencio
Tú no conoces de vergüenza,
Tú eres oasis del asolador Desierto,
eres la tentación de los besos de arena…
eres la sed insaciable del soñador despierto
Haz surcado mi pecho y no te olvido,
haz penetrado todo rincón de mi corazón
donde tú burla hace eco y confunde el sentido
donde todo es explosión
No, no te olvido…
No te olvido, ojos beduinos,
No te olvido, labios del verso infinito
¿Cómo puedo alejarme de la flor más bella
Si ella me recorre noche y día en la cabeza?
Eres la balada más sincera jamás cantada,
Eres el más sagrado de los versos sagrados,
El acto más profano entre los más profanos
Eres avecilla de mil cantos en el Palacio jamás encontrado
Yo cargo con la pena de tu desprecio,
con el desplome de tus miradas esquivas
y el asedio implacable de tus silencios
Te volviste poesía y viento,
Te volviste canto que me enjauló el pecho,
Te volviste cárcel de perfume y fino alabastro
… Te volviste cárcel y yo quiero ser prisionero
Quiero componer versos de mi encierro,
Mistraym[1] de piel tersa y ojos encendidos.
Ciudad de mis delirios,
yo quiero ser tu prisionero y tú me condenas al exilio…
[1] Es la forma en cómo en La Torá se refiere a Egipto. Una traducción más o menos fiel sería “ciudad de la percepción” o “ciudad de lo sensible”