En Confecciones la jornada laboral de trabajo era de diez horas y media. La entrada era a las 8 am. y la salida a las 6:30 pm. Después de este horario las siguientes dos horas eran consideradas extraordinarias, por las cuales se pagaban 20 pesos, es decir diez pesos cada hora. Estas
horas extra tenían que trabajarse de manera obligatoria. La tarjeta para checar la salida en el cronometro era retirada inmediatamente de los casilleros después de la hora de comida por el personal administrativo, quienes las colocaban nuevamente, unos minutos antes de las 8:00 pm. Si las trabajadoras salían en el horario normal sin checar su tarjeta por no querer trabajar horas extra, no les pagaba el día entero[1]
A diferencia de otros complejos industriales, el de la maquila textil depende todavía mucho del factor humano para funcionar. Como factor humano, podemos entender el trabajo realizado por obrero maquilador como la concreción de la fuerza de trabajo[2] en un producto dado, en este caso los textiles. Si lo entendemos así, en el fondo lo que estamos afirmando es la aceptación metodológica de la crítica de la economía política inaugurada por Marx en El Capital. El primer compromiso teórico es el de asumir que la apariencia inmediata de la producción no permite ver las redes complejas que le posibilitan. Al confundirse abstracto y concreto, la economía ha sido manipulada a conveniencia para apologizar perdiendo así, todo enfoque científico (por más matematizadas que se hayan vuelto sus reflexiones).
La maquiladora textil sigue los patrones clásicos de las fábricas industriales, es decir: un espacio de producción (entiéndase una unidad productiva, taller o trabajo domiciliario), medios de producción y un contrato (no necesariamente jurídico, pero sí entendido como
una primer relación de sometimiento). En las unidades productivas, el obrero maquilador vende su fuerza de trabajo a cambio de un salario. Las determinantes del salario son objetivas en el sentido de que se paga sólo y únicamente lo necesario para la superviviencia del sujeto en tanto clase social (la sobrevivencia del obrero como obrero) y subjetivas, las cuales son determinadas por las condiciones concretas en las cuales se encuentra el sujeto productivo (la cultura, el clima, las costumbres alimenticias, etc)…sin embargo el salario, que en manos del capitalista se deduce como el precio de costo del capital variable, es también un arma disciplinar que construye un tipo de subjetividad[3].
Esta faceta del salario es, la mayoría de las veces, colateral, obvia y descartada de un plumazo como una “arbitrariedad patronal” o un “abuso jurídico” lo cual cancela la posibilidad de preguntarnos sus usos disciplinarios y cosificantes. No sólo se castiga a través del condicionamiento salarial, la capacidad de reproducir la vida de un sujeto sino que también se le amolda, se le educa y se le objetiva. Y después de un tiempo se le interioriza:
En la maquila había poco tiempo para distraerse. Nos daban dos descansos de diez minutos cada uno: a las diez de la mañana y a las cuatro de la tarde […] Había estándares de producción, lo que significaba que cada mesa tenía que sacar al día, como mínimo, cien camisas. Era imposible, imposible. Pero donde el dinero manda, no hay voluntad que se le oponga. Mientras yo cosía una pieza, ellas cosían dos o hasta tres. Y lo peor: las chavas no protestaban contra el modo ni contra los estándares sino contra mí, que era una de sus compañeras [4]
La disciplina en los cuerpos productivos les racionaliza el tiempo a las meras necesidades, el rigor de la producción exige patrones preestablecidos [notese el comentario “donde el dinero manda” es de una claridad conceptual riquísima puesto que ha desmenuzado la realidad capitalista en una frase certera y dura. Por último y muy importante también, el castigo no – oficial a aquellos que no cumplen la cuota. El castigo que no proviene del patrón sino de los compañeros trabajadores: el castigo cosificado.
El papel disciplinario del salario depende de la cantidad de poder que esté dispuesta la fuerza de trabajo a recibir. Digámoslo de otro modo, para que una maquiladora ejerza su entera voluntad en el proceso de trabajo es necesario que haya trabajadores dispuestos a recibir tales tratos. Por supuesto está disposición no es voluntaria jamás, pero nos permite ver qué tipo de condiciones materiales determinan (y son determinadas) para la producción maquiladora.
La fuerza de trabajo contratada es aquella que habita en las ‘Ciudades olvidadas’, lugares que “no existen” y no existirán jamás. Los maquiladores textiles son, en su mayoría, las hijas o esposas de los migrantes (también sin nombre). Son, en suma, carne de cañón fresca para la germinación de un capitalismo totalmente desnudo de todo aparato regulador.
Cierro con una cita:
Conseguir empleo en estos lugares es sencillo, la voz popular indica que el requisito indispensable es aguantar el peso de un pantalón de mezclilla dentro de la línea, por lo cual una persona de 11 años puede obtener el trabajo.[5]
-Ikarus Dagarov
_____
[1] Flores Morales, Ma. De Lourdes. No me gustaba pero es trabajo: mujer, trabajo y desechabilidad en la maquila. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. 2008 P. 155
[2] Marx, Karl. El Capital: Por fuerza de trabajo o capacidad de trabajo entendemos el conjunto de las facultades físicas y mentales que existen en la corporeidad, en la persona viva de un ser humano y que él pone e movimiento cuando produce valores de uso de cualquier índole” p. 20
[3] Cfr. No me gusta pero es trabajo…: “En la maquila Confecciones se disminuía el salario por todo tipo de descuentos: por retardos en la hora de entrada, por castigos al platicar y por faltas” p. 157
[4] Molano Alfredo. Espaldas mojadas; Historias de maquilas, coyotes y aduanas. El áncora editores/ panamericana editorial, Bogota Colombia 2005 pp. 41-43
[5] Bastida A. Leonardo, Sánchez de Bustamante Lucía NOTIESE TEHUACAN, PUEBLA, 11 DE NOV 08 LINK; http://www.notiese.org/notiese.php?ctn_id=2392 ultima visita 3 de enero 2016