Uno de los usos más ilustrativos que ha recibido la metáfora del vampiro ha sido la usada por Marx al equipararle con el modo de producción capitalista: “[…]dead labor, that, the vampire-like, only lives by sucking living labour, and lives the more, the more it sucks”[1]. Desde esa relación la crítica del capitalismo ha construido una de sus figuras retóricas más contundentes: el vampiro como el capitalismo, viven a expensas de exprimir a los otros. La tarea es profundizar en el intento literario, entenderlo como una herramienta arqueológica que nos permite explotar en plenitud el papel explicativo y analítico que proporciona la figura del vampiro.
De todas las figuras habidas, considero al Conde Drácula como paradigmática porque es en su relato donde se da un primer momento de reunión entre los diversos relatos habidos, construyendo un paradigma del monstruo, pero sobre todo, su figura antagónica desarrollada en el contexto de la sociedad victoriana partera de la gran industria capitalista puede brindarnos luces interesantes al respecto.
Drácula es la metáfora de todo un proceso. Aunque pareciera coherente, hay que evitar confundirlo en tanto vampiro con la imagen de burgués. Por un lado el vampiro es la conjugación del nuevo espíritu moderno: “vampires are the ultimate affirmation of individualism escaping from human moral obligatory, caring only for themselves, and free from regret or remorse for their actions” El vampiro es el individuo libre, en un primer nivel el sujeto de la libre empresa. No sólo es quien se sirve de exprimir a otros para sobrevivir, sino que está más allá de la moralidad cerrada que le oprime.
El ejemplo es Lucy Westerna, la joven que se pregunta radicalmente “Why can’t they let a girl marry three men, or as many as want her, and save all this trouble?”[2] para terminar convertida en The Stabbing Woman de Hampstead , la desbordante sensualidad sin límites que obtiene lo que quiere cuando quiere. El burgués desea ser Lucy, enfoca su vida al eterno presente voluptoso. La imagen del burgués, recortada de sus determinaciones, es fascinante y atractiva. Ella misma presenta su “bautizo de fuego”, la mutación que vuelve que convierte a un simple ciudadano en un inmortal bebedor de sangre.
Pero a fin de cuentas, aunque entrañable figura, es prescindible. Vencer a Lucy no es vencer a Drácula y Van Helsing lo sabe bien. El vampiro como caso específico sólo es el rostro pintoresco de la plaga que se extiende por las sombras. Los vampiros necesitan del movimiento de Drácula, pero Drácula mismo es niebla, ratas, cucarachas, esquirlas al viento, un joven o un viejo. Mientras el vampiro es una sensualidad inmutable, Drácula es el enemigo de todas las formas del cual sólo podemos conocer de él lo que otros nos relatan. Drácula, como el capital, una vez puesto en movimiento se transforma y transforma su ambiente para poder subsistir así deba hacer perecer sus creaciones.
Drácula mismo aunque casi onmipotente no es libre “Welcome to my house, enter freely and of your own will”[3] y más Adelante “Come freely. Go safely; and leave something of the happiness ypu bring”[4]. Pareciera que un primer momento el juego de libertad-complicidad es obligatorio sólo en la medida que se presenta como un medio necesario para lo obtención de los fines de expansión ya que su figura, aunque aristócrata, es la manifestación fiel de la tendencia capitalista: “Dracula is a true monopolist: solitary and despotic, he will not brook competition. Like monopoly capital, his ambition is to subjugate the last vestiges of the liberal era and destroy all forms of economic independence”[5]
[1] Karl Marx, Capital: An Abridge Edition, ed. David McLellan, Oxford University press, p. 294, 2008.
[2] Bram Stoker, Dracula, Collins Classics, London, p.70, 2011.
[3] Ibid. p. 18.
[4] Ibid. p. 19.
[5]Franco Moretti, “Dialectic of Fear”, New Left Review, 136 (Nov.-Dec. 1982), 67-85