«la utopía es deseable y valiosa justamente por su contraste con lo real, cuyo valor rechaza y por consiguiente considera detestable. Toda utopía entraña, en consecuencia, una crítica de lo existente y sólo porque se halla en relación con una realidad que, por detestable, es criticada, se hace necesaria”[1]
¿Es, acaso, la búsqueda de una nueva sociedad un cuento de niños?, ¿Qué les paso con aquellos ‘defensores’ del comunismo que se escondieron al ver como el Muro, en el cual se fundamentaba su pensamiento, se desvanecía en el aire?, ¿Quién nos robo el horizonte proletario que nos llegaría a nosotros en el s. XXI? Creo que estas preguntas son obligadas, no sólo a cualquiera que se diga militante de las ideas de Marx, sino también para cualquiera que quisiera plantearse una posibilidad desde la cual construir una propuesta política real y efectiva.
A todos nos queda claro, a través de la horrible experiencia, ya no se puede pensar la emancipación de la humanidad desde lo que altaneramente se jactaba el socialismo real, desde lo que sucedió, la valiosa oportunidad de soñar no se debe gastar en la testarudez, sino más debemos preguntarnos ¿Y si, después de todo, la utopía es el proyecto que nunca pudimos concretar? ¿Y si hay algo más allá de la transformación material, y que es un factor ‘x’ que determina la diferencia entre revolución y Revolución? ¿Cómo plantearnos la alternativa sin caer en la perversión?
Sin embargo las respuestas se reducen al silencio, ya nadie cree en su posibilidad de acción inmediata en los brutales giros que da el capitalismo en esta concreción histórica de la cual nos ha tocado ser parte. Ni se discute, ni se duda, que el capitalismo denominado «neoliberal» es producto de la superación dialéctica que el mismo sistema se ha enfrentado, sobre todo en el pasado, cuyos paliativos y errores del socialismo real terminaron por ser factor de la misma totalidad capitalista, de la cual nada ni nadie se escapa. Dramático es cómo el sistema engulle vidas humanas (y no-humanas, generando desastres ecológicos que aquejan a todo el globo por igual) alcanzando límites impensados, tampoco podemos ignorar las nuevas, y eficaces formas de enajenación que se han desarrollado. Todo se ha vuelto una insoportable psicosis.
Sin embargo, y aun con todo, hay que seguir viviendo. Y vivir es buscar lo realmente humano que nos ha sido arrebatado, mantener alerta los sentidos para saber insertarse en la desaparición de tan abrumadora realidad. Porque si algo es claro es que no basta con la digna rabia, no basta el deseo de destruir si no se tiene la firme convicción de construir (¿Construir qué? ¿Construir cómo?), la firme convicción de trazar un futuro en el sinfuturo.
Yo quiero proponer una relectura del socialismo (tanto como proyecto político como modelo ético de virtud). Espero que en el proceso no presente episodios de negación o resulte ser aún más conservador y anacrónico que cualquier liberal. Quiero utilizar como guía metodológica la propuesta del humanismo marxiano de Sánchez Vázquez, sobre todo el de los textos postcomunismo soviético, los fechados después de 1988, en los cuales se encarga de presentar alternativas a las «alternativas». Su propuesta es la de retornar utopía, no entendida en el sentido platónico, el cual considera superflua la realización de la misma, dada su autosuficencia y su perfección. Sino por el contrario entendida como aspiración, no como lo que esta fuera de la realidad, sino en los limites de está; en sus horizontes. La utopía asumida como arma de transformación que se vuelve necesaria cuando no se acepta lo que es, y por tanto se hace necesario trascenderla y que debe de auxiliarse del marxismo que es crítica de lo existente, trascender el simple “lente” epistémico de la realidad que propone la ortodoxia, a veces el lente también se empaña, la utopía que sólo es viable cuando se asume el llevar al acto una conciencia filosófica, llevando hasta las ultimas consecuencias la dialéctica teoría-praxis.
Hay que entender que el salto que hace Sánchez Vázquez, que resulta descabellado para todas las ortodoxias marxistas (y hasta algunas heterodoxias), se fundamentan en el principio definitorio de la utopía y en sus implicaciones, aún si considerase que la utopía en tanto tal es irrealizable, se debe conceder que en el germen del discurso utópico están intrínsecos rasgos fundamentales de la realidad (tanto en sus supuesto como en la meta que se plantea), de lo contrario la utopía, como sueño transformador, resulta desechado al instante. Aun concediéndose que la utopía es irrealizable en su totalidad, en sus particularidades hay enormes potencias de transformación de la realidad. Hasta este punto pareciera no haber complicación evidente; se trata de soñar, pero soñar con rigor científico[2], ir en busca de un horizonte siempre y cuando se tenga la consigna a las condiciones materiales inmediatas, pero no es tan sencillo en medio del caos mantener la cordura, la propuesta de un socialismo entendido como una utopía científica debe responderse primero la cuestión de cómo reagrupar todo su contenido teórico disperso antes de poder enfocar todo este material a la configuración de un utopismo (quizás en el decir que NO puede ser el socialismo, esté la potencia de la cual debamos partir). Un trabajo teórico complicado que es imposible sin la socialización del mismo.
Mencioné también al socialismo como un modelo ético de virtud ¡Vaya tema! Merece de menos su propia entrada en este blog, la razón principal es porque el pensamiento marxista se caracteriza por su peculiar modo de ligar la teoría y la praxis, un socialismo de escritorio no es total, es de cartón, es falso y por tanto carece de legitimidad (de legitimidad de transformación social, sin meterse por ahora en la cuestión de la necesaria congruencia en la relación legitimidad revolucionaria-excelentes aportes teóricos). Se piensa comúnmente que el socialismo llevado a la práctica inmediata de vida se reduce meramente a las cuestiones político-económicas (y filosóficas si se da el caso), pero también se cae en el error, un socialismo de escritorio y de sólo militancia son igual de no-validos para la construcción de la utopía. Se es socialista cuando se socializa el conocimiento, la amistad, humanizándose hasta la forma de relacionarse erótico-afectivamente con alguien, se es socialista cuando se deconstruyen los mecanismos ideológicos de explotación y los dispositivos enajenatorios. Un socialismo sin estos compromisos cotidianos es sólo un socialismo bastardo.
El lector comprenderá porque dije que este ultimo apartado merecía una revisada más a fondo, por ahora me conformo con haber expuesto dos problemáticas principales, primera; que el contemporáneo problema del capitalismo necesita una alternativa, y una posible de ellas es el socialismo (como forma de vida y como proyecto político); y la segunda, el socialismo entendido como una utopía lo suficientemente madura y consciente (trabajada en común) que pueda trazar un proyecto desde lo teórico, y que dicho proyecto «baje y suba» enriquecido por la práctica y la conformación dialéctica.
[1] Cf. Sánchez Vázquez Adolfo, Entre la realidad y la utopía: ensayos sobre política, moral y socialismo pp. 263
[2] Se me viene a la mente la frase atribuida a Lenin que dice; «Es preciso soñar, pero con la condición de creer en nuestros sueños. De examinar con atención la vida real, de confrontar nuestra observación con nuestros sueños, y de realizar escrupulosamente nuestra fantasía.» Cualquier ojo clínico me diría «¡Oye! Citas a Lenin en una propuesta de lo más antileninista», mi respuesta sería «Se es leninista desde las formas no desde los contenidos»