El mito del Golem y el hombre postmoderno. Un camino hacia la tecnología. (I)

El sueño de la Razón y el Golem.

Nuestra cultura occidental ha heredado  un estado de “sueño” en el cual refugiarse: hace unos  siglos vino la razón como la esperanza que salvaría al hombre; el método cartesiano y la duda de la razón para proporcionar una certeza que ayudara a configurar al ser humano como el dueño de todo aquello que pudiera decir suyo, y así el cogito ergo sum mostraba el camino que llevaría al individuo a la certeza del sí mismo sin que alguien más interviniera, pues el acceso al mundo externo estaba vedado.

De trasfondo radica un problema socio-político de supervivencia; ya no es el que puede ejercer su fuerza sobre otro aquel que sobrevive, sino el débil que justifica su supervivencia a través de la construcción de discursos que le permitan ponerse por encima de quien gobierna.  A tales discursos tendré por bien nombrarlos como máscaras .

Con el paso del tiempo llegó la decadencia cultural.  Nietzsche ya lo venía señalando en obras como “El origen de la tragedia”: un pueblo  se halla en  decadencia cuando más muestra su esplendor en producción cultural a través de lo trágico.   Occidente no fue la excepción, y aunque Nietzsche criticaba la decadencia de los griegos y su filosofía, y con ello la situación en la cual se hallaba la Alemania de su tiempo, puede decirse que su crítica aplicaba y aplica en general para la cultura occidental, dado que bebemos actualmente en gran parte de la filosofía y la educación alemana de los tiempos del autor de Ecce Homo.

Fue entonces cuando surgió la  postmodernidad, no como una historia de hechos aislados  durante el paso del tiempo, sino como una cadena causal dada por la conjunción a través del tiempo de los diversos elementos que el pensamiento dominante heredaba a la siguiente generación: la tragedia del espíritu griego y su filosofía fue empapando cada cultura y adaptándose con el tiempo, pues en el medioevo lo mismo cristianos que árabes tomaban elementos de los griegos “Clásicos” para fundamentar su pensamiento y modo de vida, heredándolo a su vez de aquello que se había configurado como la manera de pensar en la antigüedad tardía.   Mediante la razón la filosofía se propuso por mucho tiempo el olvidarse de lo pasional, rechazarlo por pertenecer a lo bestial.  Con Kant llega la declaración total contra lo animal.  Sólo la razón salva, sólo la razón puede dar certeza del pensamiento  y no otra cosa.

Pero luego la razón fracasó y comenzó su declive con la llegada de las guerras mundiales, la carrera armamentista posterior y hechos cómo la bomba atómica denotaron la llegada de  la Muerte de la Esperanza, mejor conocida como la Muerte de Dios.  Desde una sociedad que había bebido y modificado los contenidos del cristianismo a su conveniencia, llegó el fracaso total del hombre.  Para el cristiano es el hombre que intenta tomar el papel de lo divino, el hombre que tiene ambición de crear por sí mismo un hombre nuevo que ya no dependa de un Dios-entorno-vida, sino que sea capaz de sustentarse por sí mismo; lo anterior se concretó en el interés histórico y social mostrado hacia el avance científico y tecnológico.  Y es aquí desde dónde puede hablarse de un mito Medieval y Renacentista que cobra sentido en nuestra sociedad actual, es aquí dónde toma espacio y configuración  el mito del  Golem.   Pero para entender el situar al Golem en la Postmodernidad, creo necesario recurrir a un análisis sobre la manera en que se ha construido este mito, para lo cual pretendo recurrir a un enfoque genealógico que permita ver históricamente las problemáticas que presentaba el mito del Golem en la mística judía, que es dónde tiene su punto de partida.

El mito del Golem es de origen judío, y aunque la palabra “Golem” se encontraba ya en la Biblia desde mucho tiempo atrás, no cobró relevancia hasta que al hombre medieval, en su afán de unión mística con lo divino, creía que podía crear un hombre desde sí mismo, accediendo al conocimiento pleno de lo divino mediante las ciencias ocultas  de la Kábala y el Zohar , que daban lugar las vocales que componían el nombre oculto de Dios.  Para un judío el nombrar a una persona  denota presencia y poder, de ésta manera, si alguien podía nombrar a Dios con su nombre original perdido en el tiempo, podría participar de su poder, incluso en la creación de lo humano, que era la tentación oculta ya en el hombre que buscaba su propia justificación alejada de una visión creacionista a la llegada de la Razón.     Mientras que para el hombre moderno la verdad radica en la posesión del conocimiento a través de un método deductivo y certero, para el judío medieval y renacentista el conocimiento radica en Dios, en su nombre oculto y es adquirido por el hombre en la semejanza de lo divino : el selem, como aquello que da rostro a lo humano.

¿Qué relevancia cobra el Golem entonces con el sueño de la Razón?  La posesión de la ciencia, de una verdad capaz de nombrar reglas generales sobre las cuales se constituye el ser humano, la última palabra sobre lo que es y lo que no es algo, es un lenguaje sobre el cual se constituye la fundamentación del hombre por considerar dueño y señor del entorno natural que le rodea, a pesar de su limitada existencia:

“En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento.  Fue el minuto más altanero y falaz de la <<Historia Universal>>; pero, a fin de cuentas, sólo un minuto.  Tras breves respiraciones de la naturaleza el astro se heló y los animales inteligentes hubieron de perecer”[1]

Con la anterior fábula Nietzsche señala ya lo ridículo de la pretensión de la posesión absoluta del conocimiento como La Verdad, consecuencia del racionalismo de la edad Moderna, alentado a su vez por el pensamiento alemán de Kant.    El hombre es un ser finito que intenta de-construirse y resguardarse en La Verdad para olvidar su corta finitud.  En ese sentido el racionalismo se relaciona con el concepto Renacentista del Golem, que es construido por el hombre como “otro hombre” mediante la posesión del conocimiento pleno (La Verdad) y su método de fabricación radica en la combinación de números y cifras[2]  que da lugar al poder creador de lo divino  al recitar el nombre de Dios, y con ello la posesión del entorno natural del hombre.    Si el hombre puede comprender el conocimiento divino, entonces entiende cómo funciona el mecanismo del mundo, y toma el control de su entorno.  Si bien, el Génesis y su relato Yavista contenido en este presuponen ya que al hombre le ha sido otorgado el control y dominación de su entorno, la tentación de poseer la invención del Conocimiento total que asegure la supervivencia, lleva necesariamente a la búsqueda de la construcción de un hombre alejado de las leyes divinas, un conocimiento que ya no radique en lo mágico y desconocido, sino en lo verificable sistemáticamente .   La Creación del hombre en los mitos judíos, sea la tradición Yavista o la Eloísta, presuponen el más alto grado de   conocimiento, pues al hombre le ha sido revelado todo cuanto existe, incluso se le ha permitido nombrar aquello que existe (recordemos que el nombrar denota la posesión y presencia de aquello que se nombra).  El hombre crea carne a través de la procreación (crezcan y multiplíquense).  Sin embargo los relatos anteriores revelan una idea del vivir en comunidad denotada en la relación existente entre el hombre y lo creado, relación que se pierde  cuando el hombre asume la pretensión de  un Conocimiento pleno propio de lo divino, es decir, cuando busca la creación de otro hombre enmascarado o disfrazado, un hombre inventado con rostro humano dado y manipulado mediante el conocimiento, un Golem.

 


[1] Nietzsche, F.  Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, Tecnos, Madrid, 1996, 15 p

[2] Idel Moshé, El Golem, Tradiciones mágicas y místicas del Judaísmo sobre la creación de un hombre artificial, Siruela, Anzos, 2008, 26 p

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