Paraísos

Paraíso I

-El dulce rostro de Gorgo-

 

La Galería presentaba una exposición sobre Caravaggio en alta definición, nada más se podía pedir a la Fortuna que la tarde fuera fresca y el clima ahuyentara las masas de gente que simplemente iban a curiosear el lugar y a  hacerse pasar por pseudo intelectuales, tomando fotografías con su tecnología cara y haciendo brillar sus antifaces mientras decían: <<mira, ese es san Pedro, lo vi cuando viajé a la galería de los Uficci en Italia>> (en realidad es san Jerónimo, pero ello poco importa al momento de verse intelectual); o bien: <<no me gustó esa pintura de la Magdalena>> (cuando en realidad era una simple muchacha retratada mientras se peinaba).  De fondo sonaba muy tenuemente un programa de música renacentista mientras que la Galería se llenaba de gente cual ratones atraídos por el queso.   El calor aumentaba, y quedarse a contemplar los claroscuros de Judit y Holofernes parecía un martirio, justo como la expresión terrorífica de Holofernes al perder la cabeza de manos de aquella heroína de los mitos hebreos, cuya mirada se perdía en el acto de salvar a su pueblo a precio de espada.

A pesar del inconveniente de ratones que husmean el queso sin siquiera deleitarse con su sabor, me quedé un largo rato mirando las expresiones de la pintura, el juego de los tonos oscuros, las curvas, la frescura de la sangre del cuello de Holofernes, la mirada vacía de Judit, la sensualidad de una mujer del renacimiento escondida en un modelo de santidad judío.   Debido a mis distracciones, al dar la vuelta para mirar la otra pintura, tropecé con una chica a la cual le tiré los anteojos. Pedí perdón y levanté sus anteojos, no le presté atención debido a mi torpeza y la pena de aquello.  Me moví hacia el lugar donde se hallaba El llamado de san Mateo y me quedé contemplando un rato el cuadro.

A decir verdad me quedé bastante tiempo absorto en la contemplación.  Tras un rato decidí proseguir mi recorrido y mi sorpresa fue inmensa y grata al encontrarme con La cabeza de Medusa expuesta ahí, justo en medio de la sala, antes de los cuadros de temática religiosa y después de los retratos.

Quedé fascinado ante los rasgos de aquello que Vernant declara como la mirada griega de lo otro totalmente opuesto al hombre: la muerte.   La pintura de Caravaggio no representa la máscara griega de Gorgo, lo cual es una lástima.  Pero si capta de una manera sublime  la crudeza del terror al ser decapitada, la mirada de venganza y muerte, el terror a la no existencia, al desaparecer.  No sé cuanto tiempo me quedé mirando: la mirada de terror, la aversión de los visitantes al mirar la crudeza de la pintura, la sangre que escurre de la cabeza desprendida de su cuerpo, el caos que envuelve a las serpientes que se muerden unas a otras sin saber que hacer.  En algún momento me vi forzado a voltear a mi lado al sentir una mirada pesada.  La chica con la que había tropezado estaba ahí, acomodaba sus anteojos sobre su pálida tez para mirar los detalles de Gorgo  y su situación.  La muchacha no me veía a mi, sino a la pintura.  Era alta, de corpulencia renacentista, vestida de negro y trenzaba su cabello mientras contemplaba la pintura.  Vino entonces un enamoramiento de esos que duran cuanto la mirada puede sostener.  El momento era perfecto: la belleza de la pintura y la belleza de la muchacha, su manera despreocupada de contemplar la pintura y no ser ratón como el resto de quienes ya habían disminuido en la sala, o bien pasaban de largo a Gorgo.  Luego seguí mirando la pintura, pero no podía evitar voltear a verla una que otra vez: Gorgo y la chica.  El paraíso se hacía presente y de fondo sonaba un laúd con Greensleeves.

Para no incomodar ni arruinar el pedazo de eternidad de lo efímero del momento, seguí mirando otras pinturas en las cuales se representaban diversos momentos de la pasión de Cristo: el prendimiento,  su martirio, una vez más el juego de claroscuros y la expresión de dolor y tensión marcada en las manos del Cristo de los azotes…  La belleza inundaba la sala.  Me alejé y regresé a los primeros cuadros, dónde san Jerónimo se prepara con el fin de  traducir la Sagrada Escritura.  Largo rato me quedé mirando, hasta que la chica se despegó de la Cabeza de Medusa.  Entonces regresé a contemplar a Gorgo y su mirada de terror, aquella que es capaz de trasformar en roca, en no – vida hasta al más astuto de los héroes.  Como la gente había disminuido me senté en el piso mientras miraba hacia arriba la pintura.  Grande sería mi sorpresa al mirar que la chica había regresado a la pintura y que estaba parada a mi lado; sentí un escalofrío en la espalda, y al voltear estaba ahí.  En ese momento comprendí la mirada de Gorgo, de la Gorgo de la pintura: ese terror que paraliza y cautiva a la vez, ese poder de la mujer al dejar al hombre petrificado.  Me había encontrado con otra interpretación de Gorgo, más aun, con una Gorgo viva.  Luego de la mirada, que esta vez si era hacia mi, vino un comentario sobre la pintura, una expresión de sus delgados labios,  a lo que siguió   una larga plática: ella estudiante de arte.   Mi lengua tardó en procesar algunas respuestas en los primeros momentos… ¿cuál era mi fascinación por la Gorgo de la pintura?… ah, sí… las máscaras, la muerte, el terror del hombre al sentir que desaparece, que no trasciende.   Luego pasaron las horas, la plática se extendió a mirar el agua fuera de la galería, los afectos de las luces en la fuente al anochecer, el viento que hacía sentir la disminución de la temperatura en mi rostro y ponía las mejillas de Gorgo rojizas.  Un caballero no denota el nombre de la dama en cuestión, así que dada la narración y el Paraíso naciente frente a la Cabeza de Medusa, tendré por bien llamarla Gorgo. Luego vino el recorrido por los pasillos que comenzaban a iluminarse, acompañados de su sonrisa y el juego de sus ojos, de su mirada que expresaba lo que no hacía falta a las palabras.  El paseo se vio acompañado de un delicioso café  para terminar en el retorno a la Galería para mirar el resto de las obras.

Demasiado rápido llegó la hora de cierre,  en los últimos minutos ya no había ratones merodeando el queso, el deleite fue inmenso ante la perfección de la conjunción entre música, compañía y el momento junto a Gorgo y Gorgo.   luego de la despedida y de contemplar una vez más esa mirada de Gorgo, enigmática, declarativa, cálida y luego fría –ya no de la pintura-, sino acompañada de unas manos y unas mejillas que cobraban un tono rojizo ante el frío. Luego llegó el sabor cálido y maravilloso de aquellos momentos que son bellos por ser efímeros.    Minutos más tarde, fuera de la Galería y junto a la fuente que develara el rubor de las mejillas y contemplara por última vez esa mirada,  el humo disipó su perfume y su rostro, anunciando el fin del paraíso que me había invadido sin querer, la tarde de hoy.

Medusa-Caravaggio_Uffizi

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