“Las bestias, ya en el momento de nacer, traen consigo de útero materno todo lo que tendrán después. Los espíritus superiores, desde un principio o poco después, fueron lo que serán en su perpetua duración sin fin. Al hombre naciente el Padre le confirió simientes de toda especie y gérmenes de toda vida. Y según como cada hombre los haya cultivado, madurarán en él y le darán sus frutos. Si fueran vegetales, se hará planta; si intelectuales, será ángel o hijo de Dios, y, si no contento con la suerte de ninguna creatura, se repliega en el centro de su unidad, transformado en un espíritu a solas con Dios en la solitaria oscuridad del Padre, él, que fue fue colocado sobre todas las cosas, estará por encima de todas ellas.”
-Giovanni Pico Della Mirandola, Discurso sobre la dignidad del hombre.
Para el autor renacentista de la cita anterior, el ser humano se halla, por su naturaleza misma, indeterminado y puede tender hacia aquello que prefiera elevarse o abajarse, según su autoformación, para poder tender siempre hacia el bien de la Ciudad. El hombre ideal sería aquel que domina todas sus transformaciones y que puede elevarse o abajarse a voluntad según la situación lo requiera. Ésta parece ser la idea, pero, ¿qué sucede cuando, a consecuencia de mirar un “beneficio económico” el ser humano se transforma en bestia no por el bien de sus compañeros y vecinos, sino con el fin de sobreexplotar la humanidad misma de los mas vulnerables, volviéndolos bestias y, atentando contra su dignidad?. Y no me refiero a una mera hipótesis de trabajo, sino a un caso concreto que acaba de suceder apenas hora y media antes de redactar estas líneas, antes de no poder volver a conciliar el sueño luego de algo que, para la mayoría de la gente y para quienes “no se vieron afectados”, al menos en cuanto al daño de sus viviendas, les parece algo normal lo que acaba de acontecer y o pasa de ser un chisme de lavaderos por los vecinos.
Los hechos a los cuales quiero referirme, para no dejar más en suspenso la redacción, ocurrieron alrededor de las 5:30 de mañana, al menos aquello que detonó el problema al momento, puesto que las condiciones de supervivencia y abuso se vienen presentando desde años atrás y han pasado a ser vistas socialmente como “algo normal” dentro de una población media baja que vive todo el tiempo a la espera de la violencia y a la confrontación con el otro. En una habitación de 4×4 habían por lo menos 20 personas amarradas en el suelo, cubiertas de orín, alguna que otra chica a lo más durmiendo en una colchoneta sucia, despertaron siendo sofocados por el denso y negro humo que invadía la habitación. Los dos “vigilantes encargados del orden” habían sido golpeados por un grupo de al menos cinco gentes que, tras liberarse de las ataduras se amotinaron contra los vigilantes y entre golpe y golpe tiraron las veladoras encomendadas a sus “santitos” para protegerse en el negocio. Tras iniciarse el incendio los presos comenzaron a romper los vidrios para tratar se salir, el humo fue detectado por los vecinos (alrededor de 15 familias que rentan en cuartos similares a falta de dinero, cuyas condiciones de vida no son precisamente las mejores ya que muchos de los cuartos en el mejor de los casos cuentan con goteras o paredes enmohecidas.), quienes salieron corriendo rompiendo vidrios, puertas y lo que estuviera en el paso para avisar a la “casera” sobre el incendio que ocurría, La presunta casera nunca dio la cara. Algún vecino cercano alertó a los bomberos y a las patrullas, los segundos llegaron primero para levantar rastro de la evidencia, al revisar el resto de los cuartos hallaron, por cierto, unas cajas con coca y marihuana y, al preguntar por los habitante de la vivienda no encontraron más que fantasmas en calzones corriendo por las calles.
Los vigilantes del lugar dónde se levantó el motín eran miembros pertenecientes a uno de los famosos “Grupos de AA” , tan populares y abundantes por mi colonia, los tipos golpeados huyeron al grupo más cercano a pedir ayuda a los “padrinos” que llegaron a sacar a cuanta gente pudieron antes de que llegaran las patrullas y que, en cuanto la tira apareció huyeron a esconderse, no sin antes ponerle su buena madrina a cuanto pelón sacaron del cuarto.
Para la mayoría de los vecinos la situación parece normal, muchos de ellos han estado en éstos “grupos de ayuda”, dónde han sido sometidos a violencia y tratos severos como golpes, comer su propio vómito, ser bañados en orín, rapados, abusados psicológica y sexualmente, quienes aguantan el carro terminan dependiendo de éstos grupos o saliendo para nunca más querer volver, pero para quiénes no lo hacen, usualmente mueren o sobreviven hasta llegar a puntos como suicidio o caer en algo más fuerte que por los motivos que fueron encerrados. Las familias de éstas personas o desconocen el maltrato o a sabiendas de la situación ingresan a sus familiares con el fin de que éstos “sean curados”. El hecho es que los supuestos “padrinos” heredan el puesto a sus hijos, quienes desde temprana edad (14 o 15 años) saben ya de qué va el “negocio familiar” y abusan de la gente con el fin de sacar la mayor ventaja posible. Es bien sabido que los “grupos” recién ayuda de las familias, alimentos, ropa y hasta descuentos en churros, tarjetas del gobierno cuyo contenido rara vez llega a los supuestos beneficiados. He oído de la boca de la gente a cargo de éstos grupos como “se ahorran hasta dos mil o tres mil pesos en ropa para ellos mismos, o como toca ir a recoger la dotación de pan diaria para la familia, jóvenes que ni estudian ni trabajan pues viven ya de lo que se supone es un beneficio para gente afectada.
Ante los hechos anteriores, una de las preguntas que han despertado mi insomnio pese a el cansancio que mi cuerpo y mente presentan es ¿ a qué dinámicas de violencia estamos sometidos como sociedad que nos parece normal que ocurran hechos como el anterior?, y que llega a parecer tan normal el ser sometido a la condición bestial que uno puede tranquilamente tomarse un atole y una torta de tamal para partir al trabajo. No me espanta el hecho anterior, puesto a que desde hace unos años he participado en cosas como ayuda al migrante y demás, he convivido directamente y viajado con quienes van a bordo de “la Bestia”, no me espantan estos hechos, pero lo que si me aterra, me causa enojo y me indigna a la vez, es la crudeza con la cual la gente reprime, hasta parecerle lo más normal, la violencia que tiene no lejos de sus casas, incluso dentro de las mismas, y la condición a la cual quienes ejercen ésta violencia se rebajan a ser meras bestias en busca de placer a costa de quienes son sus iguales y no miran como tales.
Así llega un amanecer más en la Ciudad de México, con un caso entre tantos, con la ambición de muchas bestias, con el folclore de su fauna agresiva. Y, aunque la condición misma de abrir los ojos una mañana y vivir es violenta, como el mismo impulso de la vida, hay situaciones donde la violencia llega al extremo de atentar contra el otro, contra el vecino, el hermano, el amigo, como si fuese algo común, la bestialidad está a la orden del día esperando devorar al mas débil , ya no hay condición angélica, mucho menos la de hijo del hombre, en algunas madrigueras de la Ciudad el ambiente se reduce a carroñería entre bestias que pelean por sobrevivir e imponerse sobre otros sin piedad alguna.
Jueves 18 de septiembre, 2014, año del Señor, 7:54 am, en algún rincón de la Ciudad de México.
JS
La normalización de la violencia no deja de ser un hecho sorprendente; es más: me sorprende el hecho de que en algunos contextos se haya generado una resistencia a la violencia (cual moscas al DDT).
Poder enmudecer ante tal espectáculo me hace pensar que algunos se han acostumbrado a la violencia, a sus espectáculos y a sus profundidades.
¿Qué más da si el adicto es incinerado? De todos modos ya era un paria. ¿Qué más da si la policía y los municipios están coludidos con los abusadores? De todos modos ya sabíamos que eso pasaba. ¿Qué más da si nos dejamos guiar por la indolencia y todo vale madres? De todos modos teníamos que aprender a sobrevivir.
Quizá muy en el fondo, la resistencia a la violencia obedece al instinto mismo de supervivencia. Si no encontramos la forma de sobrevivir, si el «paria» muere, ya no participa del seguir viviendo.
Creo que el comportamiento que tomamos ante un hecho violento, la normalización y resistencia a la violencia obedecen a diversas máscaras que esconden la animalidad tras un «acto de razón». Las pasiones e instintos que mueven al ser humano son máscaras de bestias, mientras que el sistema o las instituciones dentro de las cuales nos movemos como sociedad son Bestias con «B» mayúscula, todas máscaras de la supervivencia, fragmentos donde el ser humano se esconde. De ello trataré en las siguientes publicaciones.
te dejo una cita que me encanta:
«Todavía es difícil aceptar los aspectos problemáticos de nuestra racionalidad. Quizá por eso durante mucho tiempo se pretendió que “ser racionales” debía implicar poder ejercer un dominio sobre nuestras propias pasiones y sobre nuestros “instintos animales”; y quizá por eso hemos preferido durante mucho tiempo asumir que nuestra razón puede guiar a nuestra voluntad de una manera desinteresada. Sin embargo, ya es hora de considerar con seriedad lo que implica asumir una actitud racionalista, ya que si es cierto que ésta ha surgido del deseo de dominar nuestras pasiones y sus
excesos, esto no quiere decir que en efecto las podamos dominar con la razón. Es claro que sí les podemos dar una orientación racional, pero nuestro error —a final de cuentas— no ha sido otro sino concebir nuestras pasiones y nuestros instintos como virtudes irracionales. Y un error todavía más grave ha sido creer que los instintos y las pasiones son culpables de la maldad humana.»
Rafael Ángel Gómez Choreño. Estigmatización y exterminio. p 88.