Los espíritus que he invocado
no puedo ahora disipar.
(GOETHE, El aprendiz de brujo)
Durante la Edad Media, a la invención de la cultura e identidad del Sephar en España a manos del texto del Zohar, atribuido a Moisés de León en el siglo XIII[1] en el dio lugar a una reinterpretación del texto bíblico o Tanaj, pues a diferencia del Cristianismo que cierra su canon de textos sagrados e interpretación en el Libro de la Revelación, el Judaísmo permite una interpretación más abierta de la misma Tanaj, agregando a los libros ya establecidos nuevas interpretaciones que amplían y actualizan la Tradición. El Zohar dio lugar a la proliferación de la Kábala en España, una interpretación alegórica del Génesis que permitía no sólo estudiar de manera vivencial y a la influencia de los neoplatónicos el texto del Génesis, sino que ayudó a la consolidación de un pueblo cuya función era la de mantener el comercio en al-Ándalus y los territorios cristianos emergentes durante el siglo XIII, quienes a pesar de ser una minoría, denominaron al territorio español como Sefarad para identificarse como habitantes propios de la España musulmana de al-Ándalus[2].
Pues bien, dentro de esta interpretación surgieron varios mitos que ayudaban al pensamiento y reflexión del judío en relación con su Dios. La filosofía judía siempre se ha hallado permeada a la luz de la teología según la corriente que maneje. Junto al texto del Zohar, algunos místicos judíos (que podrían considerarse también como filósofos, puesto que se encargaban de pensar y reflexionar sobre su condición desde sus textos sagrados), se apoyaban también en el texto del Sepher Yetzirah o Libro de la Creación, reinterpretación del libro del Génesis a la manera de la Kábala Judía. El mito configura siempre una manera de interpretar el mundo y la relación del hombre con su entorno, así el mito del Golem inscrito en esta tradición denotaría cierta creación imperfecta a manos del hombre que en un principio era útil, pero que si se descuidaba podía llegar a resultados catastróficos. Antes de continuar con la explicación del mito del Golem, habría que ver lo que la tradición judía nos dice del mismo:
“El Golem es una criatura, particularmente un ser humano, creada artificialmente por medio de la magia, mediante el uso de nombres sagrados. La idea de que es posible crear seres vivos de ese modo está difundida en la magia de muchos pueblos. Son conocidos, en particular, los ídolos e imágenes a los que otros pueblos primitivos atribuían el poder hablar. Entre los griegos y árabes, esas actividades están ligadas a especulaciones astrológicas basadas en la posibilidad de <<atraer la fuerza de las estrellas>> hacia entes de menor categoría. Sin embargo, el desarrollo de la idea del Golem en el judaísmo se halla muy lejos de la astrología. Sus raíces se encuentran en la interpretación mágica del Sefer Yesirah y en la noción de qué el lenguaje y las letras poseen un poder creador”. [3]
Así, el Golem es en el mito judío la creación del hombre mediante la manipulación del acto que se le atribuye sólo a lo divino; el uso de los nombres sagrados dentro de la tradición judía habla de cierto conocimiento de lo divino, no entendido como conocimiento moderno, claro está, sino desde la experiencia de lo divino el estudio de la Tanaj, de lo oculto. El lenguaje se vuelve metáfora de lo creador, palabra que se torna acto a través de la transformación de aquello que poseemos en el interior. Para autores como Moshé Ídel, el Golem en sus orígenes no es sino una transformación mágica del individuo[4] orientada hacia explotar el lado bestial del ser humano en trabajos pesados o incluso en la guerra. La transformación tiene que ver con que el individuo sea capaz de adoptar lo que el contexto le exija recreándose en un hombre artificial capaz de ser utilizado para fines pesados y luego regresado a su naturaleza original. El Golem no es entonces un estadio perpetuo, sino momentáneo. Con esto la mística judía reconocía el peligro de la creación de un hombre artificial dejándolo fuera de control. En su contexto, tan hipótesis se atribuye a que sólo Dios es capaz de contener y manipular lo creado, por lo que las creaciones humana siempre serán imperfectas y sólo servirán momentáneamente para aquello que se les ha creado. El mito del Golem evolucionó hasta ponerse en contacto con influencias de la modernidad. Entonces ya no se reconocía su uso místico. El Golem representaba los límites a los cuales el hombre había de acceder. Dentro de los relatos de la tradición judía se planteaba que al dejar al Golem solo, este crecía al amasar e integrar a su cuerpo la tierra que pisaba, volviéndose cada vez más grande e imposible de detener y, eventualmente, destruyendo a su creador con una violencia indescriptible. El peligro de que la creación humana terminara destruyendo a su creador era reconocido por la mística judía y pasó a nuestra cultura a través de mitos como el del Doctor Faustus y el de Frankenstein[5] o incluso El aprendiz de brujo. A la llegada de la modernidad el mito como explicación del mundo fue aparentemente soterrado del saber y la ciencia pasó a configurar el nuevo mito capaz de crear conocimiento. Los mitos que trataban de mostrar la enseñanza del poder ejercido como tecnología y s descontrol a manos de hombre fueron olvidados. Al respecto, Yehiya Naiyef nos dice:
“Esta visión de la amenaza de las obras tecnológicas del hombre no cambió hasta que las nuevas ideas comenzaron a transformar las sociedades, particularmente cuando el hombre dejó de considerarse a sí mismo como una criatura del pecado original y cuando la noción de futuro y progreso quedó entrelazada: el futuro debía ser mejor que el presente y el pasado. La modernidad fue la ruptura con el orden divino, un nuevo contrato con la realidad, la cual podía ser explicada sin echar mano a supersticiones y delirios fantásticos. “[6]
Entonces la modernidad dio paso al desarrollo de la tecnología, los nuevos paradigmas establecidos a través de la evolución de la ciencia permitieron que cada vez más el hombre fuera desarrollando un conjunto de técnicas a las cuales denominaría más tarde como tecnología para facilitar su vida y a la vez que se enajenara con ella. Los nuevos avances se fueron presentando de tal manera que fuesen atractivos para quiénes consumieran la tecnología hasta el punto de configurar una simbiosis con las inclusiones tecnológicas que nos rodean. El hombre creó otro “hombre” basado en la tecnología, atraído por la estética que se le presentaba de frente, antropologizada a su imagen y semejanza. “Tenemos entonces un doble fenómeno: por un lado la estetización de la tecnología, y por el otro la tecnologización de la estética, de tal manera que los aparatos que usamos son influenciados por una estética maquinal, que a su vez influye en nuestro gusto”[7].
Así el hombre creó a la máquina, y la máquina “creó” una cultura sobre sí misma, dejando al nuevo hombre, al post-humano, como definen autores como Donna Haraway , en la incertidumbre de no saber exactamente hacia donde pender. El hombre actual no se única ya en los campos del humanismo que lo declaran como dueño de la naturaleza, se sabe subordinado a la tecnología, pero tampoco acaba por definirse como ser despegado de su cuerpo biológico y apegado a la tecnología. Vive entonces en una constante melancolía por no acabar de ubicarse entre uno y otro estadio. Ante tal cuestión, Fernando Broncano denomina a estos seres como “seres de la frontera o ciborgs”[8]. El Ciborg, término influenciado por la ciencia ficción que crea todo un mito a su alrededor: ser indefinido entre las prótesis tecnológicas y la carne, simbiosis entre lo natural y lo artificial, pasa a conformar una identidad subjetiva, una nueva forma de subjetividad inserta en la sociedad con sus propias temáticas y problemas filosóficos. Broncano define al Ciborg de la siguiente manera:
“Los humanos no están inacabados, al contrario, sus técnicas, sus prótesis, los contextos de artefactos en los que evolucionaron sus ancestros homínidos les constituyeron como especie: no necesitan una técnica para completarse, sin producto de la técnica. Son, fueron, somos lo que llamaré seres ciborgs, seres hechos de materiales orgánicos y productos técnicos como el barro, la escritura, el fuego”. [9]
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[1] Moisés de León, Zohar. Libro del Esplendor, Trad. Esther Cohen, Ed. CONACULTA, Barcelona, 1999. 4p.
[2] Cf. Vicente Salvatierra. Al-Ándalus. De la invasión al Califato de Córdoba. Síntesis. España. 44p.
[3] Encyclopaedia Judaíca [1971] vol. 7, Col. 753, cita en: Idel Moshé, El Golem, Tradiciones mágicas y místicas del Judaísmo sobre la creación de un hombre artificial, Siruela, Anzos, 2008, 49 p
[4] Para abordar el tema de manera completa puede consultarse la obra de Moshé Ídel: El Golem. Tradiciones mágicas y místicas del Judaísmo sobre la creación de un hombre artificial, propuesto en la bibliografía.
[5] Yehya Naief, Tecnocultura. El espacio íntimo transformado en tiempos de paz y guerra, Tusquets, México, 2008. 16 p.
[6] Ibíd., 16 p.
[7] Ídem 19 p.
[8] Cf. Broncano F. La melancolía del Ciborg. Herder. Barcelona 2009. 22 p.
[9] Ídem 19-20 pp