“Vea, escuche, toque. Cierre los ojos. La memoria queda descolocada al mismo tiempo que la mirada se despega del ojo y éste del párpado. Ahora todo es horrorosamente visible, audible, tocable y fácilmente olvidable e inoxidable”. Guillermo Goicoechea, Gramática de los medios.
Pensar en la manera bajo la cual se relaciona el Ciborg, y los distintos modos de subjetividad que engloba, lleva a situarnos en algunas problemáticas en torno a su manera de construírse al habitar su lugares (mundo y cibermundo), ambos ubicados bajo una concepción del tiempo, viejo problema filosófico que ni siquiera los artefactos cibernéticos logran superar y en su lugar colocan nuevas problemáticas. Sumergidos en una cibercultura o una cultura conectada en todo momento a la tecnología y permeada por un ambiente tecnológico, hemos adquirido a través del uso de ciertos artefactos tales como las cámaras de video o fotografía, las transmisiones streaming y otros dispositivos mass media lo que antiguamente se denominaría como la mirada de Dios o el Paisaje de acontecimientos.
Proveniente del Cristianismo, que configuraba su línea de pensamiento y manera de entender epistémica y filosóficamente el mundo entre los siglos IV y VI, hablar de Paisaje de acontecimientos nos viene de Agustín de Hipona en su Civitate Dei y consiste en la visión que únicamente pertenece a Dios y dónde el pasado y el presente se conjugan en un sólo tiempo. El Ciborg adquiere este paisaje de acontecimientos o mirada de Dios y es a través de ella que percibe el mundo con sus extensiones tales como cámaras IP, cámaras de vigilancia, web cam y señales en streaming, podemos acceder al paisaje divino mirando una gran cantidad de información al tiempo que sucede, o regresando atrás para mirar el hecho desde la mirada de la extensión cibernética en cuestión. Si bien el problema de éste tipo de mirada es ya tratado por Paul Virilio de manera filosófica, esto es hecho de manera que pareciera que el enfoque con el que la mirada divina se ejecuta es el Apocalipsis de la humanidad ante un cibermundo cuya política ha trascendido las barreras del cuerpo para instalarse en un fantasma virtual que no termina de aclararse exactamente sobre qué es lo que está condenando.
Aterrizando las ideas de Virilio en el uso de un medio de vídeo que se configura como una extensión de nuestro cuerpo, rastreo dos problemas presentados desde el asumir la mirada de Dios en el Ciborg. El primero se centra en que, poseyendo la mirada divina, entramos también ante el ojo que todo lo ve: la vigilancia de la distopía de 1984 de Orwell. Todo aquello que esté en contra de lo que el Gran Hermano dicta es automáticamente señalado e intervenido, creando así una sociedad de control perfecta. No se trata aquí de mostrar a la tecnología como algo negativo, pero si de mostrar las problemáticas en las cuales nos inmiscuye el uso de éste tipo de tecnología y en caso no tan divagantes.
Existen cámaras IP alrededor de todo el mundo: desde aquellas instaladas en cuartos para vigilar bebés, como cámaras de vigilancia en bancos, calles, bares, incluso cámaras web habilitadas en función de vigilancia. El uso declarado para todo este tipo de cámaras es dirigir su señal vía internet en tiempo real hacia donde el usuario decida mirarlo y desde el dispositivo que guste. Puede observarse desde un teléfono celular hasta una computadora o un sistema complejo de seguridad. Pero resulta que se puede acceder a la mayor parte de éstas cámaras con un navegador de internet común digitando algunas direcciones. El Gran Hermano de Orwell no es un sólo personaje, es cualquiera que con un celular o un ordenador puede situarse tras la pantalla, digitar y vigilar para luego comentar o difundir desde una red social como fenómeno de la estigmatización del sujeto. Así como el Dios de Agustín de Hipona observa y determina el bien y el mal desde su Paisaje de acontecimientos, la mirada de Dios nos proporciona el medio para vigilar y definir nosotros mismos la información buena de la mala, como moralmente se suele clasificar. Los grandes revolucionarios de las redes sociales acceden a la mirada divina para colocarse justo en el papel de su creador, si es que aún creen en alguno que no se a la esperanza que han matado. Esto nos lleva a situarnos en las microhistorias y los pequeños acontecimientos, pero que, al ser un exceso de información y ser tanta la velocidad con la cual accedemos a ella, justo no nos fijamos en los pequeños detalles.
De aquí el segundo problema respecto a la mirada de Dios: el olvido. Dice Virilio citando a Norman Speer que “el contenido de la memoria depende de la velocidad del olvido” pues resulta que a pesar de fijarnos en los acontecimientos y las microhistorias que ocurren cada vez que nos abrimos a la mirada divina, no podemos almacenarlos todos, una sociedad de tecnocontrol, como tendré por bien nominar a una sociedad abierta a la mirada de Dios, nos lleva a la poca retención de datos puesto que el almacenamiento de la memoria se sitúa en las extensiones corporales que tenemos a la mano: fotografías; redes sociales encargadas de traernos recuerdos cibernéticos de canciones, frases, imágenes; lugares vistos al momento mediante las cámaras IP, vídeos que almacenan nuestras memorias y las conservan como un montón de bytes almacenados en la red o en algún dispositivo electrónico.
El Ciborg es tanto el hombre de los pequeños acontecimientos como el hombre del olvido, de ser el estigmatizado se vuelve aquél que se diluye en cientos de avatares y su imagen y construcción, a pesar de ser la del que ve y juzga todo al mismo tiempo, no es simplemente la imagen peligrosa que Virilio señala con su pensamiento. No es el juez degollador avatar de la tecnopolítica que supera toda frontera y se mueve flotando como un fantasma en el ciberespacio, tampoco el cibervaquero de las imaginerías de Gibson (pues la realidad supera a la ficción). es el Dios que muere de hastío ante el manejo de información que diario pasa por su mirada, es aquél que puede conectarse con cientos de lugares estando tirado en la cama, harto de tanta información pero con la imposibilidad de rechazarla al ser necesaria incluso para su supervivencia en un mundo que ha globalizado sus fronteras a través de la mirada divina.