Ética y política de la imaginación

La imaginación como un ejercicio ineludible -cuando es una fortuna poder ejercerlo- es bagage, receptáculo, potenciador y sustancia de la reflexión teórica más abstracta. Para pensarla es otro ejercicio ineludible leer a la filósofa uruguaya María Noel Lapoujade, exiliada en México, aprovechando aunque sea el pretexto de la publicación en proceso de sus obras completas. Sólo haber colocado en el horizonte de reflexión desde hace años, el papel de la imaginación en la teoría, desde redimido hasta fundamental, ha sido clave para mi conformación de la comprensión de las cosas. Ha sido sobre todo papel clave para colocar mis propios horizontes, esos que cambian de tiempo en tiempo cuando la metateoría es una nube luminosa, a manera del reverso de la sombra que nos acompaña a todos lados.Entre mis digresiones acerca de la imaginación he encontrado una región que intentaré elaborar desde las conclusiones del ensayo y error. Entre las potencias y capacidades potenciadoras de la imaginación, podemos encontrar un tipo de linde, un territorio borroso que genera la sensación de frontera. Estamos hablando del área más vital de las imaginaciones y del deber que esto podría implicar cuando buscamos una eudemonía. Buscar y querer eso, una vida buena, pasa por muchas reflexiones y perspectivas éticas elegidas. Elegir y resultar son dos puntos a los que conecta un periplo de contingencias. Atravesar de la elección al resultado nos arroja sorpresas; cada elección no tiene por qué resultar como la imaginábamos. Aún así, elegimos y proyectamos nuestras decisiones. Esbozamos y aventuramos inducciones a partir de lo ya vivido hasta suponer lo que ocurrirá al actuar. Muchos resultados están asegurados mientras otros se convierten en una meta, otros en no más que una directiva, más allá en una referencia, hasta el caso más radicalmente lejano de la utopía que combina todos los anteriores, sólo que su necesidad de ocurrir es negativa: está asegurado que no ocurrirá.

 

¿Hay cosas que no deberíamos imaginar?

Si nuestras directivas, nuestra política (incluso implícita) de la imaginación son también imaginaciones, entonces sí.  Hay directivas que jamás enunciadas, están conformadas por creencias, un tipo de creencias urdidas por la irracionalidad. Antes de descartarles por tal motivo, haremos una consideración normativa para poder incluirles en una política de la imaginación; cualquiera que sea la política que se asuma, los criterios éticos nos permitirán relacionar decisiones con resultados a un nivel teórico: qué elecciones evitar si perseguimos una eudemonía.

Dados a la tarea de describir cómo funciona la imaginación, al menos en algunos aspectos en su relación con tomar decisiones, es razonable observar que si la imaginación intenta proyectar los resultados de lo que elegiremos (para anticipadamente evaluarlo), mientras más particular y detallada sea una imaginación, menor es la probabilidad de que sea predictiva. Por el contrario, mientras más general y menos detallada sea una imaginación, mayor es la probabilidad de que prediga. Si esto nos resulta razonable, podemos esbozar la directiva, ante evaluación anticipada de nuestras acciones mediante la imaginación, que la imaginación requiere equilibrio entre la particularidad y la generalidad con que se urde.

Da la sensación de que, si de pensar una política de nuestra imaginación se trata, al imaginar sin más atravesamos de pronto en territorios diferentes que piden ser diferenciados. Uno de ellos, por el instinto de peligrosidad puede detectarse, es la región que configura una especie de frontera con lo que no se debiera imaginar: los sentimientos como planes. Casi materia de política administrativa de uno mismo hemos detectado un candidato a límite para la planeación. De planear los sentimientos, uno ataría expectativa con contingencia a pesar de tratarse de dos asuntos de independientes y ajenos más allá incluso de una supuesta voluntad de sentir ante hechos que sí ocurren. Si los hechos no resultan como se planeó se está en riesgo de no sentir lo esperado y con ello la expectativa se frustra; si sí ocurren los hechos planeados, los sentimientos planeados serán artificiales al grado de no necesitar de los hechos y si ocurren espontáneamente, entonces no requerían de ser planeados. La planeación es una adenda estorbosa más ligada a los anhelos que a los hechos y con un gran potencial para frustrar la experiencia contingente que resulte de los hechos que finalmente se concreten. Planear sentimientos encierra un potencial de enorme frustración, pues ¿qué hay más particular que un sentimiento? No planear sentimientos se vuelve una directiva sobre la imaginación en la medida en que esa imaginación se asume como plan. Hasta aquí, la imaginación de suyo, se mantiene intocada. Quizá una directiva más general sería: no poner expectativas de construcción de sentido en cuestiones sin sentido, pero ello aunque alrededor, aunque cercana, no es una directiva propiamente de la imaginación sino acerca de su uso.

Aquí haré el paréntesis de que si la imaginación no es su uso, una política y por encima una ética de la imaginación tendría que distinguirse de una ética y política de los usos de la imaginación. Por lo restante, no perdamos de vista que al no ser su uso, la imaginación sería una de las regiones con menor utilidad entre las actividades del intelecto y que toda utilidad que se le encontrara constituiría un cambio de tópico.

Dirigiéndonos pues, hacia las regiones propias de una ética y política de la imaginación, consideremos un caso de cuño similar. Consideremos el acto de imaginar caminos de vida, por nombrar de alguna manera las posibles versiones que de nosotros mismos hacemos con nuestras decisiones. Veamos hasta qué punto corresponden a la imaginación misma las directivas éticas correspondientes.

Imaginar sentimientos es tan arriesgado como imaginar caminos de vida. Su riesgo es creer que lo fácticamente posible es igual a lo que podemos imaginar. Para el iluso o soñador en un extremo, los proyectos se truncan por creer que imaginar como un experto es suficiente para que las cosas ocurran; el iluso sobreestima la imaginación. Para el “bien plantado” en un extremo opuesto, los caminos se abren a las cuentagotas que su imaginación le permite, pues subestima que con imaginar las cosas puedan ocurrir y espera siempre menos de lo que visualiza. Ambas irracionalidades están basadas en una intuición mágica: la imaginación construye acciones literalmente. Mientras no se penetre en la manufactura de la magia efectiva aquí contenida, lo que se está edificando en vez de acciones son determinaciones: o la imaginación inactiva o la imaginación limita. El poder simbólico -y el mágico- de éste tópico no puede ocurrir de manera no razonada. Paradoja: para que algo sin razón ocurra hay que pensarlo; mientras no pensemos críticamente esta intuición, estaremos atados a ella. Nuestra acción más racional-nótese el “más”- sería descartar la conexión entre imaginación y acciones. Tomaríamos una decisión demasiado racional, ideológicamente económica y conveniente: mejor sería descartar todo el paquete. Nuestras razones serían: si son eventos independientes las imaginaciones y las condiciones suficientes para que las cosas ocurran, dejemos de pensar en que están ligadas de alguna forma. Directiva política resultante acerca de la imaginación: No imagines tus caminos de vida, pues son independientes de lo que ocurrirá. ¿No es eso demasiado racional? ¿No rebasó lo convenientemente racional? ¿No es más conveniente tener la política de imaginar caminos de vida para tomar decisiones a pesar de que lo que ocurra sea independiente de lo que yo imagine? Parece que una vez más, para ser razonables requerimos de cierta irracionalidad.

 

Liberar a la imaginación de su papel determinante como límite máximo o mínimo (ni basta ni es todo lo posible).

Pensar en condicionales (Si pasa tal , pasará tal otro) y en condicionales contrafácticos (Si hubiera pasado tal , entonces habría pasado tal otra cosa), incluso utilizar una lógica temporal bien puede tomarse por procedimiento racional, insuficiente para pensar en nuestros caminos de vida frente a nuestras decisiones ahí en donde extensionalmente nos encontramos en el mismo mundo posible para dos futuros diferentes en lo que respecta a diferentes versiones de nosotros mismos. Tendrìamos que ser capaces de imaginar modelos lo suficientemente detallados para captar las diferencias de matiz. La política de la imaginación para modelar racional y formalmente sería considerar los detalles ónticos éticamente relevantes.

Para las  características de la imaginación y sus inefables efectos en lo que somos, todavía falta mucho qué comprender. La complejidad de espacios simbólicos, psicológicos, o mágicos con que tratamos de referir las regiones aún desconocidas de la acción de imaginar, rodean la tópica que conecta imaginación con acciones y resultados aún antes de las decisiones mismas. Al parecer, sin importar la complejidad o soterramiento -ni la llana ignorancia- acerca de cómo la imaginación afecta lo que somos o podemos ser, se vuelve pertinente alguna directiva para lidiar con las variantes de los casos que alcancemos a asir.

Ensayaré dos directivas en medio de la irracionalidad que merece la pena una atención cuidadosa:

Si la imaginación se enlaza con lo que deseamos y nos hace actuar, recordar que imaginar no basta. Quizá desconocemos la causalidad encerrada entre imaginar y ocurrir, quizá a esa región desconocida le llamamos “magia”, quizá en un momento excepcional a alguien le sucedieron una serie de eventos transitivos que hicieron las cosas ocurrir a partir de sólo imaginarlas. Pero esta remota posibilidad no debe sustituir las acciones que hagan falta: aprender, ir y actuar, escribir cartas, besar, tomar el riesgo, exponerse, cometer errores y corregir.

Si la imaginación nos tiene bien en claro que imaginar no basta, recordar que pueden ocurrir cosas que no hemos imaginado. Las cosas no tienen por qué ser como las imaginamos o como somos capaces de imaginarlas incluso totalmente apartadas de lo deseable. Pueden ser peores, sin duda, pero también pueden ser mejores. Hay una versión de nosotros mismos que siempre está por ocurrir y descartamos, evitamos, olvidamos por ser incapaces de imaginarla. A veces la vida golpea de súbito y nos espeta en la cara la posibilidad de una mejor versión de nosotros mismos, por una ruta no considerada. Tantas veces nos ha espetado ya la posibilidad de una peor versión de lo que somos, que nuestra incapacidad de imaginar la razonable contraparte puede llegar a nulificar su consideración. Hay tantos casos y ejemplos… Nuestro primer encuentro sexual con alguien y la relación que esto tiene con el porno que conocemos; enmedio: la imaginación. La realidad puede ser mejor, mucho mejor a lo que logramos imaginar.

Imaginar que la imaginación determina sin más es algo que hay que evitar si buscamos una buena vida. Hay que tomar acciones para obtener resultados y siempre podemos ser una mejor versión de la que esperamos. Si hay magia y con sólo imaginar algo ocurre, que ocurra a pesar de nosotros mismos.

Y por fin, la nota teórica:

Si las descripciones de la imaginación son hasta cierto punto imaginadas también, la conformación de una política de la imaginación dependerá de una ética con la que estaremos simultáneamente estipulando lo que la imaginación es.

 

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