Dado que las bestias reflejan las pasiones que poseemos como humanos, creo importante hablar sobre un segundo tipo de bestias. Recapitulando, la “bestia primitiva” es aquella que obedece al impulso más básico que poseemos como animales: la supervivencia, que a su vez se ve reflejada en la invención del concepto de “trascendecia”, como manera de racionalizar un instinto tan primitivo y hacer una distinción entre animales racionales y no-racionales para mostrar una supuesta superioridad de los primeros sobre los segundos. Sin embargo, nuestras pasiones no se limitan al mero hecho de sobrevivir, y por ende, luego de la «bestia primitiva» hallamos otro tipo de bestias que siguen moviéndose desde lo pasional.
Luego del conocimiento y aceptación de la bestia primitiva que todos poseemos, vienen dos tipos de bestias que obedecen en un primer momento al placer obtenido por el reconocimiento que obtenemos de los otros, lo cual tiene como resultado el deseo de trascendencia sobre la muerte. A éstas las llamaré las “bestias de los bosques”, pues sus orígenes antropológicos se remontan a la fertilidad del bosque y a seres mitológicos griegos cómo sátiros y ménades en la primera bestia, mientras que la segunda se identifica con el héroe antiguo y, en los extremos con las figuras bíblicas de Jacob y Lucifer.
a) La bestia del Eros – Fertilidad.
Algunos autores medievales y renacentistas, sobre todo los influenciados por la corriente neoplatónica, consideran al Eros como fuente de la creatividad, la melancholia y el impulso creador del mago, que es capaz de trasformar la naturaleza a voluntad. Pero antes de que éste fuera pensado, se encuentra, muchos siglos antes, las relaciones anímicas de los chamanes al surgimiento de la cultura del homo sapiens, dónde la Diosa primera y principal era la Fertilidad, representada en pequeñas estatuillas de mujeres voluminosas que intentaban transmitir la capacidad de que podían dar a luz y tener descendencia. Ello es importante dado que el Homo Sapiens, como todo animal, busca alguna defensa ante la naturaleza hostil, y tras no contar con garras o gruesa piel, desarrolla la razón como medio de supervivencia, tras darse cuenta de aquello que puede hacer con esto ultimo comienza a desarrollar un pensamiento que le permita creer que la muerte no es inútil, y que puede transmitir aquello que logró hacer en su corta vida a la siguiente generación. Con ello nace la cultura entendida como aquello que es dejado para la supervivencia de una generación a otra, con el fin de mejorar cada vez más y no morir tan pronto. Pero también surge a la par, poco a poco, la idea de la trascendencia y la inmortalidad; si aquel que muere es capaz de dejar su técnica de supervivencia a la generación siguiente, no muere, sino que permanece de una generación a otra a través de sus actos. La procreación, que proviene de un reflejo básico de supervivencia va cobrando un sentido mítico que comienza a disfrazar el sobrevivir como algo más importante, el no morir. Claro que la muerte biológica es inevitable, pero el sentido metafórico de no-muerte queda plasmado en lo transmitido a el resto de la comunidad, a tal grado que con el pasar del tiempo ello dará lugar a la figura del Héroe como aquel que es capaz de dejar al resto de la comunidad una manera de sobrevivir bajo ciertas acciones, naciendo entonces la moralidad y la división entre actos de bondad y maldad.
Cabe aclarar que la bestia de la fertilidad per se y en su orígenes no tiene un valor moral, es tan solo una manera de sobrevivir, sin embargo con la evolución de la comunidad y la complejidad de supervivencia de una comunidad ante otra, es necesario el establecimiento de ciertas normas que impidan se maten entre ellos, tal como el el pacto celebrado luego del estado de Naturaleza hobbesiano. Luego entonces se busca el ocultar a la bestia, rechazándola como mero impulso de supervivencia, y destacando únicamente aquello que busca dar un sentido a la supervivencia en un mundo hostil. La bestia es entonces censurada, ocultada por vergüenza a reconocer el objeto principal de supervivencia bajo un código moral que señale como inadecuado o malo el pensar únicamente en sobrevivir, pues si un individuo piensa en sí mismo y su supervivencia, fractura la división de trabajo en la comunidad, rompiendo con el esquema de sociedad de su tiempo.
Pero esa bestia de la fertilidad provoca también el movimiento del Eros como capacidad creadora ante el supuesto orden social. Las bestias no pueden ser reprimidas totalmente, pues son parte de la naturaleza misma del ser humano, por ello los griegos representaban éste aspecto bestial en Baco y su corte de Ménades y Sátiros. Era necesario el sacarla bestia interna en algún momento so riesgo de que si es retenida, tarde o temprano emergerá violentamente, solo que la justificación que adquiere tras el mito griego es de aspecto ritualista, la fertilidad da lugar al placer, reconozco al otro como mi igual, como bestia que busca su supervivencia – trascendencia y ello provoca el deseo de la inmortalidad, de ser perpetuado. Por ello el reconocimiento a través del placer da lugar a cierto impulso capaz de crear no sólo vida, sino mito que actualize la supervivencia dentro de la sociedad. Ello es la fuerza creadora del Eros que posteriormente rescatarán los neoplatónicos. Una bestia disfrazada de razón creadora.
En la actualidad se repiten los mismos esquemas, la mascara de ésta bestia de los bosques es actualizada como dispositivo de control social, se le despoja de su impulso creador y de trascendencia para simplemente mostrar un placer que pretende llenar el vacío de alguien con otro vacío que espera lo mismo, el problema es que tras la mascara que cada cual porta y que según muestra una bestia erótica escondida, no hay sino un hueco, la bestia se ha reprimido y confundido, se le han despojado de sus colmillos, y tras una angustia de supervivencia que ha olvidado sus orígenes, no puede hallarse ya la bestia perdida, famélica tras carecer de su alimento de fertilidad – trascendencia. Ello da lugar a comportamientos violentos por negar la naturaleza de la bestia y buscarla tras una mascara vacía, pero ello lo analizaré en la siguiente parte.
Yo insisto en que es necesario plantear el tema de la humanización de la bestia de un modo simultáneo al de la bestialización del humano, para poder identificar qué es lo que pasa, por ejemplo, con la máscara como dispositivo de control social. ¿No es también un dispositivo civilizatorio? La bestia no es el animal ni la presencia de lo animal, es un símbolo de algo sagrado que codifica el misterio en el que está fundado lo político, lo humano, lo civilizado. ¿No es por eso que la bestia es, con frecuencia, el chivo expiatorio de la vida civilizada, de la humanidad en la que hacemos habitar el animal que somos?
Estoy de acuerdo con la necesidad de la humanización de la bestia, pero no he tenido el tiempo de pasar del borrador lo que tengo sobre ello, aunque planeo plantearlo en la siguiente entrada. Creo que lo civilizado se muestra, por poner un ejemplo y adelantando un poco, con la figura de los reyes cojos en la mitología antigua, como en el caso de Enkidú en la epopeya de Gilgamesh, Edipo en los mitos griegos y Jacob en los mitos hebreos: el paso de lo bestial a lo civilizatorio se da luego de una lucha contra las fuerzas de la naturaleza, mostrando que se es capaz de sobrevivir y de dominar a la bestia primitiva que muestra el mero instinto de supervivencia per se.
Claro que este paso a la civilización en las culturas antiguas religa al humano con lo divino, el acto de romper con lo cotidiano de la bestia que caza, de abandonar todo ello para anexarse a una comunidad-población, adoptando las costumbres del lugar y sacralizando las fuerzas de la naturaleza es lo que va dando lugar a la máscara. Pero ello merece otra entrada que espero desarrollar en cuanto termine con los trabajos escolares.