La dinámica del mártir (parte V)

-Mártires vs Víctimas.

He intentado plantear previamente algunos aspectos sobre cómo el ejecutar la dinámica del Mártir  implanta  una manera de proceder para justificar políticamente relaciones de poder de manera asimétrica, es decir,  el juego entre oprimido y opresor como bueno y malo, permitiendo así  la utilización de una moral que busca señalar al  grueso de la población y del Sistema como los “malos o malditos” en contra de la minoría que busca sobreponerse señalando al malo como culpable de la producción de mártires.   Sin embargo me gustaría esbozar en ésta entrada las diferencias entre mártires y víctimas, para adentrarme de una mejor manera en el planteamiento señalado.

¿Qué diferencía a una víctima de un mártir?.  Sin duda ambos mueren de manera violenta, o son forzados a desaparecer.  Pero mientras que el mártir posee un relato particular que ensalza su heroicidad y  lo señala como el “santo que ha asumido su destino y afrentado la muerte por la comunidad”, la víctima carece de esa particularidad llamada individualidad.  Se me ocurre pensar, por ejemplo, en aquello que conocemos como el “holocausto judío de la Segunda Guerra Mundial”; el dato común es que se exterminaron por lo menos seis millones de judíos, de los cuales se conserva una historia general en manos de Occidente, dónde no se conservan las historias particulares de todos y cada uno de aquellos que perecieron.  Para ciertas tradiciones judías por supuesto que la memoria histórica ha convertido a algunos de éstos en mártires, pero para la historia de Occidente se ha perdido, olvidado o ignorado quienes fueron cada uno de aquellos muertos, independientemente de la historia que pretenda tomarse para analizar el caso.

Algo similar ocurre en nuestro país con los más de veintidós mil desaparecidos; no se tiene  la particularidad de la historia de cada uno, ni se dice que por ejemplo alguno de los que fueron encontrados entre los cuerpos de alguna fosa común  tenga siquiera nombre o apellido, y mucho menos que halla muerto de manera heroica   en la defensa de su comunidad, o que sea estandarte de los sin-nombre llamados comúnmente como “inmigrantes”.   Existen, por supuesto, sitios desde la virtualidad o la temporalidad que se dedican a recabar documentos para demostrar que aquellos que denuncian como desaparecidos existieron.  Pero curiosamente no hay una dinámica que busque recordar sus nombres y ensalzarlos en las filas de la corona del martirio como dignos representantes de una comunidad.   Tampoco se hallan respaldados por alguna historia que remarque sus virtudes y su actuar como constructor social.   Tristemente son arrojados a la suma de un número más que tener presente.  Pero quizá como tradición heredada del judaísmo y luego del cristianismo primitivo, no se recuerda el nombre, y luego no se sabe de qué manera se ha de tener presente.

En el judaísmo el nombre evoca presencia, es por ello que se prohíbe la pronunciación del Nombre Divino, pues se actualizaría la presencia Divina al momento.  No se trata de un mero recuerdo o memoria, el pronunciar un nombre vuelca en acción la presencia del nombrado a través de los actos.  Cuestión similar ocurre en el Cristianismo Primitivo, donde al nombrar a Jesús de Nazaret se le encuentra resucitado en el actuar de la comunidad.  He aquí que con el mártir dentro de su dinámica ocurre algo similar:  si se conserva el nombre de mártir, se conserva su historia, sea real o no, y se le hace presente, se le convierte en motivo de denuncia y lucha contra un Sistema que ha victimizado al mártir, pero existe el Discurso de los Dolientes que recuerda y hace presente el actuar del mártir.

Hay un peligro en la heroicidad de la dinámica del mártir, que consiste en la transformación política de la historia enaltecida de un individuo al nivel de un héroe cuya virtud fue dar la vida por la bondad de su comunidad.  Porque la comunidad que ha enaltecido a su mártir, que lo eleva en la liturgia de repetir su nombre, de hacerlo presente como pretexto político, se olvida comúnmente de cuantas otras víctimas la historia ha dejado, y si llega a tenerlas presentes apenas y cuentan como un número sin identidad y sin particularidad.  Las víctimas son una entre millones o miles, sin nombre que las haga presentes, sin liturgias que les celebren la heroicidad ni la presunta “humanidad” que el supuesto humanismo que defiende mártires grita y denuncia a grandes voces.  Simplemente las víctimas dejan de ser humanos, pasan a los libreros de la memoria como un dato que no evoca presencia alguna más que el imaginario que se ha construido sobre ellas, si es que existe.  No hay pena ni gloria para la víctima.  Y entonces querido lector, yo le pregunto ¿Es necesario que creemos o asumamos la dinámica de mártires? ¿o habría que quitar la mirada de un “humanismo” que aterra con sus dinámicas heroicas y olvida a quienes no le conviene tener presentes en su discurso?

 

 

 

 

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