De mitos, prótesis y golems.

“Entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente”. Gén 2, 7.

En las Españas Medievales, los judíos del siglo XII reflexionaban sobre la posibilidad de recrearse a sí mismos para las tareas más pesadas y que parecían necesitar de aceptar la parte agresiva de su animalidad como creación divina, dejando de lado la razón. Para lograr tal cometido, recurrieron al conglomerado de tradiciones orales y reflexiones en torno a su libro sagrado para imaginarse y crearse un lugar dentro de su cultura que les permitiera facilitar el imaginar aquello que querían representar, pues cada cultura termina refiriendo necesariamente a sus sistemas de símbolos y signos que configuran su lenguaje. Reflexionando en torno al pasaje bíblico con que comienza esta introducción, que no está de más señalar que es dentro de la tradición judía el relato más antiguo sobre la creación, estos hombres recrearon el mito y se asumieron como co-participadores de ese acto que consideraban divino, siendo capaces de replegarse en lo que llamaría “Golem”[i]; una criatura hecha de barro y que en la frente tenía escrita la palabra emet o vida, para poder articularse como una figura funcional.

El hombre no puede despegarse del mito para explicar sus imaginaciones y recrearse a sí mismo cuantas veces haga falta a pesar de las distintas épocas. Tampoco puede librarse de la sombra de sus tradiciones, ni de todo el lenguaje que ha definido su cultura. Tanto el mito como el lenguaje y el Golem en el caso mencionado configuran la formación de una cultura, y a la vez fungen como prótesis, es decir, como elementos necesarios para construir el espacio en el cual se desarrolla.  El mito nunca se abandonó, pero se transformó escondiéndose en una necesidad de progreso que satisficiera el pensamiento del hombre moderno “libre del orden divino, de delirios fantásticos y supercherías”[ii], dando lugar de esta manera al mito de la ciencia objetiva.

Imaginario e imaginación son prótesis que tampoco pueden desligarse de la conformación de una cultura, pues refieren justo a una función que cobra una realidad configurando el espacio y la manera en el cual se ocupa. Es como el caso del Golem, no se trataba simplemente de un monigote creado de arcilla que con el paso del tiempo crecería y destruyera violentamente todo a su paso si su creador no se encargaba de desactivarlo a tiempo. La imaginación no es un hecho fantástico, sino una interpretación de las necesidades culturales que necesitamos asumir en algún momento, para la configuración de un uso tecnológico de nuestro mismo espacio.

A imagen y semejanza del Golem medieval, ahora en lugar de un monigote de arcilla poseemos la hibridación de nuestras relaciones con la tecnología: audífonos, pantallas, computadoras, celulares, cámaras, y cuanta cosa más se nos produce delante como necesaria para imaginarnos. ¿podemos librarnos de cada uno de esos aditamentos o terminaremos como aquel monigote, creciendo hasta explotar violentamente con nuestros aditamentos tecnológicos?  ¿qué imaginaciones reemplazan nuestro Golem de arcilla y cubren nuestros placeres configurando sus espacios de imaginarios o de posibilidad?¿Son nuestros dioses neo-golems para proyectar nuestros deseos a imagen y semejanza de nuestro vacío de información uniformada?

 

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[i] Sobre el Golem, la Encyclopedia Judaica nos dice: “El Golem es una criatura, particularmente un ser humano, creada artificialmente por medio de la magia, mediante el uso de nombres sagrados. La idea de que es posible crear seres vivos de ese modo está difundida en la magia de muchos pueblos. Son conocidos, en particular, los ídolos e imágenes a los que otros pueblos primitivos atribuían el poder hablar. Entre los griegos y árabes, esas actividades están ligadas a especulaciones astrológicas basadas en la posibilidad de <<atraer la fuerza de las estrellas>> hacia entes de menor categoría. Sin embargo, el desarrollo de la idea del Golem en el judaísmo se halla muy lejos de la astrología. Sus raíces se encuentran en la interpretación mágica del Sefer Yesirah y en la noción de qué el lenguaje y las letras poseen un poder creador” .

[ii] Cf. Yehya Naief, Tecnocultura. El espacio íntimo transformado en tiempos de paz y guerra, Tusquets, México, 2008.

 

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