Siempore me ha fascinado ver correr el cauce del agua. La Ciudad de México muestra entre sus fauces aún dos tramos de río a la vista. De las últimas veces que recorriera parte del cauce entubado del Rio Magdalena por la calle de Chimalistac, surgiría un pequeño cuento que uniera aquel encanto por transitar entre la humedad de donde pasara el río y, una de mis historias preferidas: la Llorona y las Cihuatateo, las segundas como diosas prehispánicas; aquellas mujeres que murieran durante el parto, y por ello fueran consideradas como guerreras, y que bajaran (según las crónicas de los informantes de Sahagún) a beber la sangre de los niños en los cruces de caminos y cerca de los ríos… De los supuestos presagios sobre la llegada de los españoles, está el de una entidad -con voz de mujer- que pasaba por las calles penando sobre el destino de sus hijos ¡Ay de quellos que han visto su propia ruina al asentarse en un aniguo lago y desaparecer toda aquella agua que daba el esplendor a la antigua ciudad de las diosas guerreras!
La ciudad fue evolucionando al paso de los años. El Rio Magdalena tiene su origen en lo que ahora llamamos «Los Dinamos», sobre su cauce:
[…] desciende por la gran cañada de Contreras hasta Santa Teresa, cruza Periférico cerca de la zona de hospitales, reúne sus aguas en la presa de Anzaldo, que funciona como un gran vaso regulador cuando llega la época de lluvias. Más adelante, en San Jerónimo, el río se oculta y corre subterráneamente por lo que ahora es la avenida Río Magdalena. Franquea Revolución e Insurgentes y pasa por Chimalistac, cerca del metro Miguel Ángel de Quevedo, y queda nuevamente al descubierto en el puente de Panzacola, en la calle de Francisco Sosa, donde fluye paralelo a la avenida Universidad y al parque de los Viveros; atraviesa la calle Madrid y adelante se une al Río Mixcoac; y entre los dos forman el Río Churubusco.1
Ahora gran parte se encuenta entubada y contaminada, en su nacimiento se usa como criadero de truchas, algunos artículos recalcan las modificaciones y problemáticas que sufriera este río durante en Porfiriato, la expropiación de las aguas y modificaciones del terrero a beneficios de la Industria. Un tema que resulta actual y no tan alejado en una Ciudad que se hunde cada vez más al estar asentada sobre mantos acuiferos. Quizá, lo que predomina al escribir estas líneas, al igual que en el empeños que tengo de caminar y recorrer las calles de la Ciudad, es cierta añoranza a un pasado en el cual no viví, pero que forma parte de lo que considero como mi historia, como una herencia. Atribuiyo esto a cierta melancolía por disfrutar aquellos pasajes, así como del explendor aún en pie de culturas que fueron transformándose; el brillo novohispano de pertenecer a un imperio en decadencia que la historia ha intentado borrar y, la serie de muertos sobre la que andamos en las calles; ciudades previas a la hispanización que permanecen ocultas, incluso desconocidas a los ojos de quienes transitamos por ahí. Sí, como dijera algún formador alguna vez «no puedes oponerte a la transformación de la ciudad», pero, en mi empoeño de formación franciscana y melancolía de un pasado, mi «torpeza» me impide desarraigarme de ello. Aunado a ello, dicha transformación, lleva a la misma ciudad a su perdición.
El Río Magdalena baja por Chimalistac (donde permanece una de las entradas a las ya sepultadas unidades habitacionales del Copilco prehispánico) hasta Avenida Universidad, quedando al descubierto su cauce en el cruce de ésta con la calle Francisco Sosa, donde recíen se encontró un asentamiento Tecpan, lo que lleva a pesar que la zona del actual Coyoacan era administrativa desde tiempos prehíspanicos, y no sólo de descanso ¿Cómo se aprovechaba el agua en ese entonces? Actualmente se utiliza una parte para carpas; en Viveros, por ejemplo, se utiliza para riego, una parte entubada del río es utilizada como vertedero de aguas negras. A pesar de cómo la Ciudad va engullendo las áreas naturales, es admirable poder caminar y mirar, desciubrir, pensar hacia dónde nos lleva el diseño orográfico.
Dicen que geografía es destino: ¿qué se puede esperar entonces sobre los cimientos de un gran lago y ríos entubados? el clima frío y húmedo de la zona volcánica de Coyoacan, las adaptaciones de puentes y piedra de río como empedrado, diseñado por los franciscanos para mantener la tierra en su lugar, se ha transformado y ahora se reemplaza la tierra debajo por capas de cemento. Grave error. La piedra de bola permitía que el agua escurriera y recargara los mantos acuíferos sin que se hiciera tremendo lodazal. el cemento ahora sólo escurre el agua hacia las coladeras, y forma charcos. en los que los transéuntes corren en días de lluvia, resbalándose inevitablemente. el gua vuelve a buscar su camino, desgaja zonas, ilunda o bota coladeras, para encontrar su cruce natural. Y, en medio de caos formado por el avance de querer seguir sobrepoblando la ciudad, de nuestro querido pejidente por eliminar las pocas reservas naturales, es todo un esplendor terriblemente bello, risible, emocionante, mirar como el agua y la tierra reclama para sí lo que le fue invadido, en medio del estrés generado por cientos de personas que se han desposeído de cientos de historias. Quizá por eso las Cihuatateo siguen penando por esos y otros lugares: pues ahora pueden ver cómo todo se ha perdido, mientras los transeúnytes se hallan inmersos en sus dispositivos, o en sus automóviles incapaces de volver a sentir los pies húmedos, el agua resbalando por la nuca, y por ello no pueden leer a cuántos transitaron por ahí. Si vivió Cortés y Malitzin juntos por ahí o no. Si el sanguinario Pedro de Alvarado marcara con su crueldad los dominios de la historia de esa calle, si quizá coyoacán fue siempore sensado, por su ciorte tranquilo, melancólico y abundante en agua, como un lugar de descanso y gobierno; si la Casa de los Naranjos fue la prumera construcción Novohispana. Si, dónde estiviera la Hacienda de Panzacola en el Porfiriato , ahora sólo queden muros. Incluso, quizá, que el «hombre» caduco como su tiempo, en el que las transformaciones destruyen todo,cabe su propia tumba al despegarse de cientos de historias, defendiendo una Ciudad cambiante e ignorando su hidrografía y orografía.
San Antonio de Panzacola: antes y ahora