Somos seres históricos; tal vez los únicos capaces de incorporar el pasado y el futuro al instante del presente. Pero la atención y preocupación se centra en el período que abarca los años de nuestra vida productiva, así como en el futuro próximo que consideramos aún maleable a causa de nuestros actos y, por ende, una responsabilidad tan fuerte como la que tenemos del presente. Por tanto, deseamos conocer el presente a fin de proyectar el futuro, comprensión que brotará en gran medida del estudio del pasado. El filósofo francés Michel Foucault denominó a este proyecto, una “ontología histórica del presente”.
Cuando el objeto de estudio filosófico es el ser humano y la sociedad, es necesario valerse de una metodología específica que conduzca la investigación, tomando en cuenta la cuestión epistemológica, entendida como el desarrollo de los saberes, y la política, entendida como las relaciones de poder, siempre inscritas en el marco de la perspectiva histórica y cultural, es decir, en su diferenciación diacrónica y sincrónica.
En México la filosofía tiende a aislarse cada vez más de la vida cultural, en tanto que en otros países parece ir en creciente proceso de inserción en diversos ámbitos del mundo y de la vida. El filósofo corre la suerte de quedar constreñido a desarrollarse en ambientes muy restringidos, o bien, dedicarse a tareas que salen del ámbito de su profesión. Decidir si la filosofía puede tener una función positiva directa en las sociedades conduce a una metarreflexión sobre la filosofía misma. Así es también en los ámbitos inicialmente “no filosóficos” que abren posibilidades de reflexión filosófica y metateórica. Aunque los vocabularios y objetivos de la filosofía son muy específicos y especializados, ello no la exime de poder cumplir una función cultural importante, a la cual deseamos contribuir.
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