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I Planteamiento del problema y estado de la cuestión.
¿Qué papel ha jugado la imaginación creadora en la configuración de la cultura náhuatl prehispánica?, ¿de que manera es posible acercarse filosóficamente a las creaciones de los artífices nahuas?, ¿qué tipo de sensibilidad hizo posible la creación de técnicas y expresiones de carácter artístico?, ¿existieron juicios de valor de carácter estético?, ¿de qué manera se desarrollaron y transmitieron los saberes inherentes a las técnicas artísticas?,¿que instituciones especializadas se encargaron de ello? Estas preguntas constituyen el punto de partida, para todo espíritu que decida acercarse al estudio de las obras de arte concebidas por los diversos pueblos nahuas, que florecieron en el Altiplano a finales del periodo Posclásico, específicamente, durante el siglo XV y las primeras décadas del siglo XVI.
Se trata de preguntas que no admiten una respuesta sencilla y que demandan un estudio riguroso para ser tratadas adecuadamente. No se trata de un campo fértil para las respuestas fáciles, por el contrario, se trata de un terreno accidentado, sobre el que es necesario transitar una y otra vez, para llegar a compenetrarse de la sensibilidad que hizo posible la creación de obras artísticas que, a pesar del paso del los siglos, nos siguen despertando fascinación y asombro, pero también muchas interrogantes.
La necesidad de abordar, desde un punto de vista estético, esta problemática no es una ocurrencia peregrina, pues diversos especialistas como Justino Fernández, Miguel León-Portilla y Paul Gendrop, han orientado parte de sus esfuerzos en explorar esta veta de investigación. Entre los trabajos más notables se encuentra el ensayo de Justino Fernández Coatlicue. Estética del arte indígena antiguo (1954). En dicha obra se plantea explícitamente, la necesidad de llevar a cabo un estudio de esta índole: “En pocas ocasiones se han estudiado en particular las obras del arte indígena desde un punto de vista estético, y no de manera suficiente, si bien a menudo la intuición ha sido certera”[1].
Si bien, en la actualidad existen diversos enfoques para abordar las creaciones del arte náhuatl prehispánico, para lograr un acercamiento lo más riguroso posible, no sólo bastan el ingenio y la intuición. Sobre este asunto en particular Justino Fernández considera que: “Por mi parte quisiera ver una historia del arte indígena antiguo con su estética, pero no limitada a los atisbos de la intuición, sino emanada de la intuición y reafirmada por el más amplio conocimiento”[2].
Poner al desnudo, la insuficiencia de la intuición ─en este campo─ hace visible la pertinencia de preguntarse; por una parte, por el marco teórico y los requerimientos metodológicos necesarios para realizar un acercamiento de índole estética, y por otra, hace inevitable una reflexión suspicaz, sobre la forma de interpretar la evidencia arqueológica y el material proporcionado por las fuentes históricas. Sobre este tópico en particular Miguel León-Portilla considera que:
Después de estudiar en códices, textos indígenas y cronistas lo que podríamos llamar el pensamiento estético de los nahuas, el paso definitivo consistiría en tratar de descubrir la aplicación que hacían de estas ideas los artistas nativos en sus obras de arte descubiertas por la arqueología[3].
Sobre este punto quiero enfatizar que las fuentes escritas contienen mitos, narraciones, proverbios, cantares, poesías, etc; que hacen posible el acercamiento a las categorías propias del arte indígena. Las investigaciones de Miguel León-Portilla han puesto en evidencia que las fuentes escritas se concentran en tres asuntos principales: a) el origen histórico del arte náhuatl, según la opinión de los informantes de fray Bernardino Sahagún; b) la predestinación y las características personales del artista náhuatl y c) las diversas clases de artistas[4].
Afortunadamente, en la actualidad se cuenta con el material necesario para emprender un estudio sistemático que permita acercarnos, a la sensibilidad nahua que hizo posible la creación de obras y formas de vida íntimamente vinculadas a la música, el canto, la danza, la pintura, la arquitectura, la escultura, la orfebrería o el arte plumario. Una fuente invaluable para dicho análisis es el texto náhuatl-castellano contenido en el Libro X del Códice Florentino.
Por su parte, las evidencias proporcionadas por la arqueología han sido estudiadas desde un punto de vista estético por Paul Gendrop en su Essai sur l`esthetique de la sculpture aztèque, concebido como tesis de doctorado y presentada en la Sorbona en 1963. El principal aporte de esta investigación consiste en: el estudio sistemático de los vínculos entre diversos elementos de la cosmología mexica y las imágenes simbolizadas en la escultura monumental de piedra. Poner en evidencia que esa relación entre arte y cosmología involucra a un conjunto de ideas, nos permite reconocer que la escultura era un medio eficaz para comunicar y hacer inteligible una «visión de mundo» o “cosmovisión.
Existe otra investigación de Paul Gendrop, en coautoría con Iñaki Díaz Balerdi, que lleva por título: Escultura azteca. Una aproximación a su estética (1994). Esta obra hace inteligibles los vínculos existentes entre la escultura monumental y la cosmovisión místico-guerrera del llamado pueblo del Sol. Sobre este asunto ambos autores consideran que: “La escultura mexica se nos manifiesta como un fenómeno en el que religión, poder político y cosmología se funden de manera unitaria e indisociable: la plástica era sin duda un vehículo de comunicación ideológica”[5].Examinar críticamente esa cualidad para comunicar creencias, ideas o símbolos, me permitirá hacer visible el papel que han jugado las creaciones de la imaginación productiva, en la configuración y desarrollo de la «visión de mundo» desarrollada por los nahuas prehispánicos.
II Arte y «visión de mundo»
Para profundizar estas breves consideraciones, me parece pertinente destacar que en las fuentes escritas, las expresiones más sugerentes para el estudio del arte náhuatl, desde un punto de vista estético, son los diversos cantos compilados durante el siglo XVI. La importancia del arte de la palabra se expresa, no sólo mediante el uso de los recursos estilísticos distintivos de la retórica, sino sobre todo por la presencia de inquietudes propiamente filosóficas como: el problema de la fugacidad de cuanto existe, la necesidad de una fundamentación del mundo, la duda sobre la vida después de la muerte, o bien la incertidumbre sobre aquello que nos sobrepasa y que estamos imposibilitados para conocer.
En la «visión de mundo» desarrollada por los nahuas, el cambio es producido por el movimiento ollin. Y en ese contexto cultural, lo que permanece al cambio y al devenir es lo que tiene raíz, lo que es “verdadero”. Sobre la interrelación entre dicha «visión de mundo» y el arte de la palabra, Miguel León-Portilla considera que:
Es pues la poesía como forma de expresión metafísica –a base de metáforas—un intento de superar la transitoriedad, el ensueño de tlalticpac (lo sobre la tierra).No creen los tlamatinime poder decir por vía de adecuación lo que está más allá: “lo que nos sobrepasa”. Pero afirman que yendo metafóricamente – por la poesía: flor y canto—si podrán alcanzar lo verdadero[6].
Esa transitoriedad es producto del movimiento, el cual es entendido como una categoría cosmológica fundamental. El devenir en su flujo infinito simultáneamente crea y destruye. La existencia es fugaz y la realidad evanescente, pues incluso el universo mismo tendrá que perecer. Frente a ese panorama, los nahuas ─al igual que otras culturas─ se preguntaron por aquello que permanece al cambio y al devenir.
Los sabios o tlamatinimehse dieron cuenta, mediante la observación directa, que los seres humanos compartimos con los demás seres de la naturaleza ciertas características. De la misma manera que los animales y las plantas; los seres humanos seguimos un proceso de nacimiento, desarrollo y muerte.
Para los nahuas prehispánicos el ser humano era un ser finito, que inexorablemente tendría que partir rumbo a la “región del misterio”, al lugar “donde de algún modo se existe”. Por eso, el arte de la palabra ─desarrollado por los forjadores de cantos─ nos permite entender la búsqueda de aquello que permanece frente a la realidad evanescente de tlalticpac. Un nítido ejemplo se encuentra, el siguiente cantar atribuido a Nezahualcóyotl y compilado en el Ms. Romances de los señores de la Nueva España, fol.36 r:
¡Ah in tepilhuan!, ¡oh vosotros señores!
Ti macehualtin, Así somos, somos mortales,
nahui, nahui, De cuatro en cuatro nosotros los hombres,
in timochi tonyazque, todos habremos de irnos
timochi tonmiquizque in tlalticpac… todos habremos de morir en la tierra…
Ayac chalchihuitl, Nadie en jade,
ayac teocuirtlatl mocuepaz: nadie en oro se convertirá:
in tlalticpac tlatielo. en la tierra quedará guardado.
Timochi tonyazque Todos nos iremos
In canin, ye yuhcan. allá, de igual modo.
Ayac mocahuaz, Nadie quedará,
zan cen tlapupulihuiz, conjuntamente habrá que perecer,
ti yahui ye yuhcan ichan. Nosotros iremos así a su casa.
Zan yuhqui tlacuilloli Como una pintura
ah tonpupulihui. nos iremos borrando.
Zan yuhqui xochitl, Como una flor,
in zan toncuetlahui. Nos iremos secando
ya in tlalticpac. aquí sobre la tierra.
Esa conciencia de la finitud y de la fugacidad de cuanto existe hace visible que las expresiones artísticas nahuas, no tienen un carácter meramente ornamental, sino que algunas de ellas se encuentran íntimamente relacionadas con los fundamentos que le brindan sentido y coherencia a esa «visión de mundo». Las disciplinas en donde se hace más patente esa interrelación son: la escultura, la pintura y el arte de la palabra.
Por último no quisiera soslayar que, la intención de adoptar un punto de vista estético y un marco teórico de carácter filosófico tiene como objetivo: hacer inteligibles una serie de problemáticas que de otra forma pasarían desapercibidas. Asimismo, esas herramientas metodológicas, también resultan de mucha utilidad para llevar acabo un estudio sistemático que permita acercarnos más plenamente a las categorías y a la sensibilidad propias del arte indígena.
[1] Justino Fernández. Coatlicue. En Estética del arte mexicano, p 111
[2] Justino Fernández. Op cit, p 111
[3] Miguel León-Portilla. La Filosofía náhuatl, p 270.
[4] Miguel León Portilla. Op cit, p 258.
[5] Paul Gendrop e Iñaki Díaz Balerdi. Escultura azteca. Una aproximación a su estética, p 23.
[6] Miguel León Portilla. La filosofía náhuatl, pp 146-147.