Somos seres humanos nacidos en el continente americano, y sin embargo, la mayoría de nosotros hemos construido nuestra forma de ser en el mundo, a través de lenguajes europeos como: el español, el portugués, el inglés o el francés. Obviamente, esta situación tiene una explicación histórica que no pretendo negar; no obstante −para cualquier espíritu crítico y sensible−en esa paradoja subyace un cumulo de situaciones problemáticas que es imposible soslayar o dejar de lado. De nada sirve fingir o mirar de reojo y hacer como si esa situación fuera “normal”.
Esa paradoja carecería de importancia si no fuera porque, gracias al lenguaje podemos configurar nuestra sensibilidad, nuestra cultura o nuestra forma de ver el mundo. No reconocer esa situación implica condenar al olvido, no sólo un gran arsenal expresivo, sino también una cantidad inconmensurable de saberes, formas de organización, y expresiones de la sensibilidad artìstica. Asimismo, esa paradoja también es síntoma innegable de un proceso de colonización de nuestro pensamiento, lo cual, sin duda es preocupante porque no siempre resulta tan evidente, aun para las inteligencias más astutas.
El esfuerzo por estudiar y acercarse al pensamiento desarrollado por las civilizaciones de Mesoamérica y Los Andes puede servir− como un eficaz antídoto− contra la soberbia de quienes presumen tener una “visión global” del mundo, cuando lo cierto es que ese punto de vista “globalizado”, muchas veces se encuentra cercenado o incompleto, al igual que la mirada de un topo, o de un ciclope, para usar una figura literaria más apropiada.
Ahora bien, sobre este asunto, no se trata tampoco de adoptar una perspectiva “idealista”, pues en toda cultura o grupo humano existen contradicciones y paradojas insalvables. Sin embargo, después de más de quinientos años de colonización no resulta superfluo hacer un esfuerzo por mostrar esa otra visión, o para decirlo más coloquialmente, la otra cara de la moneda.
En concordancia con el planteamiento anterior se puede afirmar que: el estudio crítico del pensamiento desarrollado en México, durante la época prehispánica, nos abre diversas posibilidades para entender el sentido de la existencia humana con independencia de los paradigmas culturales hegemónicos y predominantes en las sociedades industrializadas de nuestra época. Por ejemplo, la posibilidad de contrastar entre diversas formas de “ver el mundo” hace posible realizar un análisis crítico de algunos conceptos fundamentales como tiempo, naturaleza, vida, muerte, trabajo, etc.
En consecuencia, el estudio de los procesos sociales y sobre todo de la cultura desarrollada por las civilizaciones precolombinas, tiene un lugar preponderante para el desarrollo científico y humanístico del continente Americano, puesto que nos acerca directamente a los “saberes soterrados” y olvidados, por los paradigmas civilizatorios de las sociedades coloniales e industrializadas. Estos “saberes soterrados” pueden ubicarse en distintas ramas de la cultura como: el arte, la medicina, la división social del trabajo, los sistemas sustentables de producción agrícola o las estructuras políticas de organización comunitaria.
A diferencia de lo que comúnmente se cree− muchos de los lenguajes, saberes y conocimientos, no sólo han sobrevivido al etnocidio y al paso del tiempo, sino que en la actualidad siguen presentes en la vida cotidiana de muchísimas comunidades, a lo largo y ancho del continente, tal y como lo demuestran la existencia y luchas de los indígenas mayas, mapuches, aimaras, guámbianos o guaraníes.
Obviamente, la descolonización del pensamiento no se logrará solamente con el aprendizaje de las lenguas amerindias, lo cual sin duda es un paso en la dirección correcta; sino, gracias a la lucha por revertir y superar los condicionamientos económico-políticos que obstaculizan el pleno desarrollo de las facultades humanas como la sensibilidad, la imaginación y el librepensamiento.