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La nostalgia de fin de siglo que se dio durante la segunda mitad del s. XIX se ve plasmada en cada parte de La Bas (Allá lejos, en español): decadencia ante una sociedad burlesca que, en el culmen de la razón parece tener necesariamente que regresar a la mística como respuesta del vacío de no poderse encontrar en las exigencias que la sociedad retratada les pide a gritos. Cada uno de los personajes navega a su manera en el vaivén de aferrarse en sus pasiones absurdas ante la razón, muestra de un absurdo mayor. Los personajes realizan una fantasmagoría de sus ideales…
Me centraré en la figura del protagonista: Durtal, erudito y hombre que vive entre el desatar su pasiones y guardarlas con el fin de redactar la biografía de Gilles de Rais, tropezándose en el camino de sus investigaciones con que el Satanismo se halla presente en la Francia que se dice a sí misma como moderna. En realidad es descrita como una nación sumida aún en una extensión de la vida medieval bajo la búsqueda de la espiritualidad proporcionada por la vivencia de los personajes. La novela refleja un ambiente cargado de melancolía en donde las paredes y el viento huelen a viejo, humedad y podredumbre. Puede detectarse al atravesar línea a línea los pasajes de la escritura de Huysmans, el desencanto propio de una era que no termina de caer, que, a pesar de que el siglo de las luces casi nació y corrió por ahí, todo se conserva como si nunca lo hubiera hecho. Quizá pasó, como todo lo que tiene que pasar, trayendo consigo el desencanto de una época en calles atestadas de misticismo que raya en la burla de todo lo moderno. He aquí el desencanto de un romántico francés que refleja parte de sus vivencias al querer internarse en el Satanismo, en una búsqueda del mismo misticismo que le exaspera la garganta y la pluma al no saber a dónde mirar.
La duda y el hastío parecen envolver la figura de Durtal, quien rechaza el Naturalismo, la pedantería de los Rosacruces y los cultos ocultistas que no llegan a adentrarse en la experiencia de lo místico realmente, tachándolos de mera imaginería. Va en contra del catolicismo tradicional, representado en su amigo Carhaix y su mujer, quienes tratan de apegarse a las tradiciones medievales contenidas en los antiguos libros de la biblioteca del viejo: sortilegios de campanas, el exorcismo ante el canto de los ángeles, y algunas menciones a sacrilegios que muestran la siempre importante cuestión del Satanismo presente en toda época. Carhaix es campanero, vive en un campanario funcionando su casa como punto de reunión de Durtal y Des Hermies para discutir algunos puntos de vista. El aferrarse a las campanas y la manera de tocarlas no es sino un eco sordo que en las calles parece ya no producir un canto de ángeles que la sociedad pueda entender, y sin embargo la morada funciona como protección contra malos espíritus una vez que el protagonista ha huido al presenciar una Misa negra.
El desencanto de su época le lleva a buscar el encanto de Mme. Chateulove: burguesa casada que se cartea con el protagonista con el fin de encontrarse. En un amor torrencial, protagonizado por el deseo de Durtal y, la posesión del súcubo a manos de Chanteulove, perteneciente a un culto satánico y guía de nuestro protagonista al adentrarse en los misterios que terminará rechazando luego de contrastarlos como horribles ante casi terminar de escribir, de una manera romántica, los horrores de Gilles de Rais en su escrito biográfico. El personaje principal queda hundido en una marejada de perdición, justo por no saber a dónde aferrarse.
Pese a lo anterior, parece pesarle más al personaje el hecho de que la mujer de la que ha quedado prendado y cree tenerla como posesión suya, se entregue a la representación de Satán en la Misa Negra. Y es que la posesión física de su amante le llevó a destruir el fantasma creado sobre ella: la mujer encendida en las cartas de amor, entregada a una pasión desbordante en la locura; la imaginería de ser una persona que él mismo pudiera haber recreado a través de la imaginación, curando con esto sus soledades y desencantos de su siglo, queriendo reavivar la chispa de la juventud en el escritor. Al tumbar el fantasma y verla consumada de la vecordia demencial, tumbada en el piso pidiéndole ser poseído luego de la celebración del culto ocultista, el hombre huye aterrorizado de comprobar que las pasiones de Gilles de Rais por conservar su tesoro y encontrar el conocimiento absoluto siguen vivas, y asumidas como representación burlesca de la decadencia en aquella mujer tan llena de vida en una orgía animal, muestra de su hastío por el desencanto de su aburguesada época.
Y es que la figura de Satán no es más que una representación, un símbolo, de aquella animalidad que el hombre se niega a aceptar, de las pasiones desbordantes, los deseos que pensamos como instintivos. Pero en un mundo en dónde todo ha fracasado, la mirada es volteada hacia el imaginario de una personificación o encarnación del deseo mismo, No deseamos asumir aquellas significaciones que somos capaces de darnos, en su lugar resulta más sencillo armarse de pedantería en rituales que sólo burgueses pueden pagar… y he aquí la consecuencia de la búsqueda de Durtal: el desencanto podrido de una manzana que estaba tirada bajo el árbol de la ciencia y fue devorada avídamente por los gusanos que pretendían elevarle un altar. Así corre el siglo hacia una perdición peor que vendrá siglos despúes cuando el consumo los devuelva a una animalidad perpetua.
La negación de las pasiones desbordantes, de la locura como vida, y el rechazo a la razón decadente en las corrientes de su época, le llevan a una exasperación del golpe recibido al tumbar sus imaginerías, refugiándose en el campanario con sus amigos mientras mira que el Satanismo cobra aún facturas sobre uno de sus conocidos, quien regresa de recibir una curación a través de un Doctor. Iniciado en los misterios contra el Satanismo. Huysmans en algún momento menciona que “la religión parece ser aún el paliativo capaz de curar a las llagas del hastío y el abatimiento de su tiempo”, pero que “implican negar el sentido común” y por ello es algo que merece ser rechazado. Y, sin embargo, a pesar de la negación, Durtal sigue observando lo religioso y lo mistérico desde su hastío y encierro en la figura del hombre que no sabe reconocerse en un tiempo dónde pareciera que tanto la razón como el absurdo no tiene ya sentido alguno. Pues al final la razón no deja de ser un absurdo, una caricatura y representación de la representación que se halla vacía ante el impulso de la vida siempre presente.
¡Qué lío, por Dios! ¡Y pensar que el siglo diecinueve se exalta y se adula! Sólo le viene una palabra a la boca, el progreso. ¿El progreso de quién?, ¿el progreso de qué? ¡Porque este siglo miserable no ha inventado gran cosa! (Huysmans, 2002, 144)
Con la cita anterior se muestra ese desencanto, ese hundimiento en una melancolía que raya por momentos, en los ideales ascéticos de los Padres de la Iglesia cuando Durtal se aleja de todo para escribir la biografía; posteriormente viene la etapa del Desierto-tentación: el hastío de la soledad, del saberse fuera de tiempo, de sentirse en quehaceres inútiles al alabar la figura de Mosca, su gato; la tentación enardecida en las cartas de Mdm. Chanteulove; las charlas con Des Hermies para mostrar la erudición sobre prácticas satánicas que siguen presentes arrastrándose cadenciosamente desde la edad Media.
Para culminar en la caída mostrada en la inmersión de sus placeres de posesión, serle revelado que es visitado por un súcubo, terminar la biografía de Barbazul y, finalmente, caer en la contemplación de la Misa Negra para huir de ahí a toda prisa, aceptando el absurdo del mundo en el que se encuentra: magia, ocultismo y prácticas medievales siguen vivas en su siglo sin invenciones nuevas. Al final le queda la duda sarcástica sobre el futuro que carece de esperanza ante todo este tipo de prácticas. La aceptación de un mundo absurdo, incluso para un erudito retirado en sus contemplaciones y figura solitaria, tan ridícula y burlesca como él mismo, parodia irrisoria de una elevación de lo que se denomina como “conocimiento”. El romanticismo satánico de Huysmans como desencanto de un autor que se siente podrido en su misma búsqueda de lo oculto, ser burlesco incluso consigo mismo, si lo comparamos con cuentos previos en los que enaltece valores románticos positivos como el enamorarse de una máscara en el cuento “La maquilladora”. Sin duda representa un romanticismo francés exquisito, servido en una copa de melancolía y hartazgo burlesco que invita a pasar una buena tarde de lluvia leyéndolo, documentando y divirtiéndose con la delicada pluma del autor.
Sitio web sobre el trabajo de Huysmans, incluyendo su obra completa descargable (en Fráncés)
Bibliografía:
-Joris-Karl Huysmans, Allá lejos. Valdemar. Trad. de Guillermo López Gallego. 2002.